A la orilla del río, mientras tomaba agua, el monito escuchó los rugidos del yaguareté.
La única salvación estaba en cruzar el río, pero el monito no sabía nadar.
Y el río era hondo a más no poder.
Ahí estaba, sin saber qué hacer, cuando vio que se acercaba el yacaré.
El yacaré era todavía más peligroso que el tigre. Tenía una boca más
grande y más dientes que el tigre. Era más peligroso que el tigre.
Y cada vez se acercaba más.
—A usted lo estaba esperando, amigo yacaré.
—¿Para qué me esperabas? ¿No sabés lo peligroso que es estar cerca de mí?
—Para contarle lo que dicen mis hermanas. Tengo tres hermanas muy lindas que siempre lo nombran.
—¿Qué dicen?
—Dicen que tiene la boca chiquita, que tiene la piel muy suave, que
tiene los ojos muy dulces, y les gusta mirarlo cuando usted está tomando
sol en la otra orilla del río.
—¿Tus hermanas viven en la otra orilla?
—Sí, y si quiere, ya mismo vamos para allá y se las presento.
—No perdamos tiempo. Subite a mi lomo, así tus hermanas ven cómo te llevo y vos me las presentás.
El monito pegó un salto más que rápido, porque ya oía el rugido del yaguareté que estaba llegando al río.
El yacaré se largó al agua y comenzó a nadar.
—Contame de nuevo qué dicen tus hermanas.
—Que usted tiene una boca chiquita, que tiene los dientes más parejos y
blancos y que tiene una piel lisa que debe ser muy suave.
—¿Las tres dicen eso?
—Sí, sí, las tres –dijo el monito, suspirando aliviado porque ya lo veía al yaguareté llegando a la orilla del río.
—¿Y las tres son muy lindas?
—Muy lindas, así dicen todos, pero ellas sólo piensan en usted.
—Bueno, ahora me van a conocer. Y yo voy a elegir una para que sea mi esposa. La más linda voy a elegir.
—La que usted prefiera, amigo yacaré.
Y siguieron nadando.
Dos veces más el monito tuvo que repetir lo que decían sus hermanas, y
lo que más le gustaba al yacaré era que decían que tenía la boca
chiquita.
Y siguieron nadando hasta llegar hasta la otra orilla.
El monito saltó a tierra y le dijo:
—Ahora espéreme aquí, que las voy a buscar para que vengan a conocerlo.
Usted quédese tomando sol hasta que volvamos. Y dio un salto, se trepó a
un árbol y se perdió en el monte.
El yacaré se quedó tomando sol en la orilla del río.
Y ahí está todavía, esperando. Por eso los yacarés siempre están siempre
tendidos a la orilla del río. Están esperando que vuelva un monito
trayendo a sus tres hermanas, para elegir a la más buena moza.
¿Y si uno soñara con una rosa y al despertar encontrara en su mano esa rosa?
Me enteré de que los dragones son capaces de semejante proeza, de que
sus sueños son materia, algo que se toca, que permanece, que está, que
se siente. Me enteré de que los dragones son los creadores de este
mundo, de las cosas que hay en él, me enteré de que soñaron flores y
hubo flores, poemas y hubo poemas. De que el sol que sigue a la lluvia
es el sueño de un dragón harto de mojarse, de que la lluvia que sigue al
sol es el sueño de un dragón que quiere salir a cantar bajo el agua. Y
de que las cosas feas de este mundo son pesadillas de dragón, descuidos,
quizá por una comida que le cayó mal, o porque tuvo un mal día, porque
no jugó con su dragona por ejemplo. Y de que las cosas feas de este
mundo se borran como se borran las pesadillas, dándose vuelta en medio
del sueño, no prestándoles atención, haciéndolas desaparecer poniendo
los sentidos en otro lado.
Y me enteré de que los días negros donde todo sale mal son días en los
que un dragón sufre en su sueño sin poder despertarse, por una comida
que le cayó mal o porque no jugó con su dragona, que el sol palidece
entonces, que sobreviene el eclipse, que vemos todo de un color tétrico,
que nada se aclara ante nosotros, que no hay futuro porque el dragón
tiene una pena, no sabe qué hacer, dónde pararse, por qué seguir, cómo.
Y también supe que la hora del amor es la hora de los cuentos, porque la
palabra es creadora y porque nada existe si no se nombra y porque crear
es amor. No lo digo yo, lo dicen los dragones, que por lo general
charlan de a dos, que por lo general se sienten bien si son dos y
juegan, a crear: se cuentan cosas y las cosas van naciendo a su
alrededor. Sin darse cuenta, por ejemplo, crearon al hombre, nombrando
cosas, nombrando otras cosas en realidad, poniéndoles nombres a sus
ideas, a su imaginación. El hombre fue entonces un descuido de dragón.
Como tal, como descuido que es, el hombre no cree en el poder de la
palabra, así que piensa que no es suficiente nombrar para que algo
nazca. De ahí todos sus problemas: no tiene ni idea del mal que es capaz
de hacer por el simple hecho de hablar. O de callarse.
Dragona, dice un dragón, si uno imagina debe atenerse a las
consecuencias. Así que una vez creado el hombre, lo dejaron, para que
hablara y hablara y sin darse cuenta hiciera y se metiera en sus
problemas. O no hiciera nada. Mientras, crearon monos, yacarés, garzas y
lagunas. En parte, según dijeron, para poder comparar. Se ve que el
hombre, en eso, ya estaba haciendo sus ciudades, sus autos, sus torres,
sus escondites.
Y me enteré de que los dragones lloran. Y que cuando lloran no se dejan
ver, no quieren que nadie sienta la pena que ellos son capaces de
sentir. ¿Lloran acaso por sus errores? ¿Lloran acaso por sus elecciones?
¿Lloran acaso por lo que dijeron sin darse cuenta? ¿Lloran acaso por lo
que hicieron sin querer hacerlo? Nadie lo sabe. Son cosas de dragones
nomás. Lo único que sé es que por el llanto del dragón crecen los ríos,
los mares, se agitan las aguas, y que todo puede inundarse. No hay
llanto que dure para siempre, pero de algunos puede quedar un recuerdo
eterno.
Por suerte, también pude saber que los dragones se divierten bastante
seguido. Es más, lo suyo, en esencia, es divertirse, pasarla bien,
jugar, bailar, crear, charlar, soñar, asuntos todos bastante parecidos
para un dragón, que en suma pueden resumirse en uno solo, para el que no
tengo palabras todavía. Lo que más se acerca a todo ello es la usual
práctica de a dos que realizan dragón y dragona: el baile de las
sombras. A veces el juego empieza de una manera digamos equívoca: cuando
la dragona, de buenas a primeras, dice algo como “Quiero pelear
dragón”. Entonces empieza un extraño juego de hacerse mal en broma. La
pelea es divertida, deja sus marcas, pero es inofensiva. Y terminan
bailando, en el cielo, bien arriba, ajenos a todo. Por ejemplo, a las
flores que florecen abajo, en el suelo donde ellos hacen sombras.
Y supe además que los dragones no creen en el mañana. Me pregunté
entonces si no residiría ahí mismo, en esa desconfianza, su felicidad.
No acaparan, por ejemplo, y no acaparar es creo yo, paradójicamente, un
reaseguro de la felicidad. Ellos dicen sirenas y lanzan las sirenas a
las aguas. Unicornios y aparecen unicornios trotando por ahí. No se
guardan nada. No piensan en algo como “A ver… esta palabra la digo
mañana, o pasado, o el año que viene”. Ellos tienen ganas de que las
cosas sean hoy, siempre. Para ellos el presente es un lugar perpetuo. Y
el ayer es, si acaso, algo vivido por otro. Algo que ya no es o que en
realidad no fue nunca.
Y como los dragones no guardan nada, se permiten el supremo arte del
hallazgo, que a su vez no consiste más que en el supremo arte de la
búsqueda. Por ejemplo, los dragones saben que en las montañas hay
secretos, esos secretos son tesoros. También existen en las islas
desiertas, en el fondo del mar, en las cuevas, entre las flores, bajo
los hielos del norte. El dragón busca y busca y encuentra, siempre. Se
presume que a veces hace trampa: el dragón dice “allí hay un tesoro” y
entonces va y lo encuentra. Pero eso no importa. Lo lindo es salir a
buscarlo. Cuando lo encuentra, perlas, piedras preciosas, cosas que
brillan, lo muestra a su dragona y después lo tira por ahí, para que
otro dragón salga a buscarlo. El tesoro vuelve a ser un secreto, y la
búsqueda empieza de nuevo.
Lo mismo les pasa con los rompecabezas. A los dragones les encantan,
pero no los terminan nunca. Los empiezan a armar y cuando están a punto
de concluirlos ponen una pieza equivocada a propósito. Se auto
boicotean. Son sus propios saboteadores. La cuestión es jugar. Saben que
si ganan el juego se termina.
Y supe que para los dragones hay un amor, o mejor dicho un gusto, sí, un
gusto, inexplicable: el fuego. Arman enormes piras por el placer de
encenderlas y ver luego las llamas de colores cambiantes bailar en medio
de la nada. Se quedan contemplando y soñando despiertos. Hay algo allí,
en los colores, en el brillo, que los atrapa irremediablemente. Tal vez
nada más porque es su propia creación. Son vanidosos sin saberlo. No
son vanidosos entonces.
Por eso es, justamente, por falta de vanidad, que viven asombrándose.
Todo lo que ven les provoca algo, tanto lo que no conocen como lo que se
saben de memoria. Siempre hay una mirada nueva en el dragón. La flor
que vieron ayer hoy es otra flor, y así, tal vez por culpa del sol, que
ayer brillaba menos, o del cielo, que hoy está más azul, por ejemplo,
pero no importa: es otra, es distinta, es nueva. En realidad saben todo.
Pero enfrentan al mundo como si lo desconocieran.
Creían, por caso, que ellos no tenían forma de dragón, sino de jaguar. O
de golondrina. O de lo que les gustara. Hasta que a uno se le ocurrió
decir la palabra “espejo”. Y entonces se vieron reflejados en los ríos,
en los charcos, en los lagos y cosas así. Se pusieron pues a pensar qué
era eso, su propia imagen. Algo que no siempre obedece, pensaron. Y la
idea les divirtió tanto que se pusieron más felices que antes, cuando se
creían jaguares o golondrinas.
Ah, pero hay un miedo en el dragón: el dragón le teme a su sombra. Es
que no hay nada que pueda volar tan alto y tan rápido. Saben que es un
miedo tonto, pero igual, por las dudas, tienen sus reparos hacia eso que
los acompaña siempre. No vaya a ser que algún día los deje.
Bueno, en realidad hay algo más a lo que el dragón teme: la falta de
amor. Lo sé porque conozco la bendición de dragón y también la maldición
de dragón. Los dragones son capaces de bendecir y también de maldecir.
Para lo primero hablan de la frescura cuando tengas calor y del calor
cuando tengas frío, pero que siempre te acompañe el amor, porque sin él
te quemarás al fresco y te congelarás frente al fuego. Para lo segundo,
para maldecirte, obligan a tus enemigos a apartarse de tu camino, que
nunca te falte comida, que no conozcas qué es eso que llaman dolor… pero
que no sepas nada del amor. Pueden ser terribles los dragones.
Y sé que las explicaciones en torno al enamoramiento o a cualquier
asunto insondable son vanas. Los dragones no piden explicaciones nunca
acerca de esto, ni siquiera se lo preguntan a sí mismos. Es que en
realidad todas las explicaciones en torno a cualquiera de los hechos o
cosas a los que rodea el misterio son habladurías, palabras con las que
pasar el tiempo, seguir creando historias, suposiciones. Los dragones
saben que sólo basta abrir los ojos para develar ciertas cosas. Quedarse
quietos y abrir los ojos. El mundo se descubrirá ante nosotros. Esto
también lo sabía Kafka, para quien los dragones eran insectos. Pero no
creo que a los dragones les importe.
Pero quizá lo que más me gusta de los dragones es que aman las cosas
inútiles. Ven el mundo a través de los agujeros de una hoja seca y esa
hoja se transforma para ellos en un objeto de incalculable valor.
Escribir es ver el mundo a través de los agujeros de una hoja seca.
El dragón ama las formas. De ahí que se creyera jaguar, por ejemplo,
porque el jaguar es bello. No sabe lo que el jaguar significa, lo que el
jaguar esconde en sus manchas, pero ama lo que ve a simple vista. No va
mucho más allá. El dragón es un artista, no un crítico. El dragón gusta
de conversar por el sonido de las palabras, no por lo que éstas dicen.
Pregunta por ahí sobre cosas que conoce de sobra, nada más que para
escuchar cómo las dice el pájaro, cómo las dice el león. Disfruta de los
matices el dragón. Cuando los otros hablan sobre lo que él ya sabe, los
deja hablar tranquilos y asiente siempre. Saben que así hablan más. Los
escucha y disfruta. De lo que hablan ya sabe, pero la música de las
palabras lo sorprende siempre.
Y mientras el dragón canta, charla, baila, sueña, inventa, el hombre,
una de sus creaciones, un accidente según él, algo que pasó, sigue en lo
suyo, que las más de las veces poco y nada tiene que ver con lo que al
dragón le gusta. El jaguar le propuso en repetidas ocasiones al dragón
comerse al hombre. Pero el dragón siempre le contesta lo mismo: esa
solución es una trampa. Porque es una solución de hombre.
Todo lo que aprendí sobre dragones debo agradecérselo a la infinita
gentileza de Gustavo Roldán, escritor chaqueño, carpintero y aprendiz de
mago, y de Luis Scafati, dibujante y pintor mendocino. Ambos, el
primero con una máquina de escribir, y el segundo con un plumín y tinta
china, compusieron en 1997 un libro maravilloso, Dragón. Así de simple,
Dragón. Una palabra para crearlo todo.
Este día promueve la
reflexión histórica, el diálogo intercultural y el reconocimiento y
respeto por los pueblos originarios. Hasta 2010 la fecha fue conocida
como el “Día de la Raza” y conmemoraba la llegada de Cristóbal Colón a América.
Este día
promueve la reflexión histórica, el diálogo intercultural y el
reconocimiento y respeto por los pueblos originarios. Hasta 2010 la
fecha fue conocida como el “Día de la Raza” y conmemoraba la llegada de Cristóbal Colón a América.
El
Día del Respeto a la Diversidad Cultural es una oportunidad para
reflexionar críticamente sobre el pasado americano, las luchas y
resistencias de quienes defendieron con su vida la supervivencia de las
culturas nativas, y su relación con el presente. Se trata de
aproximarnos a la heterogénea y cambiante identidad americana y
revalorizar el lugar de las mujeres en nuestras sociedades. La
interculturalidad es parte constitutiva de una sociedad basada en el
reconocimiento entre iguales y una de las premisas más importantes de la
Ley de Educación Nacional, sancionada en 2006.
En
la Argentina, de acuerdo con el último censo nacional de población,
hogares y viviendas (2010), 402.921 personas se autoidentifican como
indígenas o bien se reconocen descendientes en primera generación. Se
registran oficialmente 31 pueblos indígenas y 870 comunidades indígenas
con personería jurídica, y se hablan cerca de 18 lenguas originarias.
Según leemos en los escritos plurilingües de docentes, alumnas, alumnos y miembros de pueblos originarios reunidos por la colección «Con nuestra voz», del Ministerio de Educación de la Nación (2015),
«[estas
lenguas están] atravesadas por siglos de persecución, discriminación y
desigualdad […] Antes de que esta tierra en la que vivimos fuera
Argentina, de que fuera virreinato, de que llegaran los españoles, aquí
vivían una multiplicidad de pueblos con diversas formas de organización,
adaptación al entorno y relaciones entre sí. Hacían uso de diversas
lenguas; en muchos casos, además de la suya, hablaban la de sus vecinos
para poder intercambiar productos o conocimientos. Esta diversidad
cultural y lingüística fue perseguida desde la Conquista […] En
Argentina, el proceso de formación del Estado hacia fines del siglo XIX
implicó que la nación debía constituirse de manera homogénea a partir de
una cultura, una religión y una única lengua».
Así,
estas lenguas (que no tenían escritura porque solo se transmitían por
medio de la oralidad de una generación a otra) se prohibieron para
imponer una única: el castellano. Pese a esto, muchas continúan
hablándose y enseñándose a las nuevas generaciones.
Los
pueblos indígenas, como parte constitutiva del Estado argentino, luchan
por la ampliación y efectivización de sus derechos, la participación con
identidad y la organización territorial. En las últimas décadas —y tal
como sucede en el conjunto de Latinoamérica—, la Argentina ha
visibilizado con intensidad su carácter multilingüe y pluricultural, con
independencia de la proporción demográfica que representen las
poblaciones indígenas en el conjunto del país.
En
el contexto del proceso de revitalización identitaria y de lucha por los
derechos de los pueblos indígenas el papel de las mujeres se destaca
particularmente. No solo porque en muchos casos asumen la representación
de sus comunidades sino también por su rol en la transmisión de saberes
ancestrales dentro de estas. Las mujeres han actuado como transmisoras
culturales y se han transformado en interlocutoras importantes en la
comunicación con el resto de la sociedad.
Texto N.º 1 del Taki Ongoy
Hubo
un tiempo en el que todo era bueno. Un tiempo feliz en el que nuestros
dioses velaban por nosotros. No había enfermedad entonces, no había
pecado entonces, no había dolores de huesos, no había fiebres, no había
viruela, no había ardor de pecho, no había enflaquecimiento. Sanos
vivíamos. Nuestros cuerpos estaban entonces rectamente erguidos. Pero
ese tiempo acabó, desde que ellos llegaron con su odio pestilente y su
nuevo dios y sus horrorosos perros cazadores, sus sanguinarios perros de
guerra de ojos extrañamente amarillos, sus perros asesinos.
Bajaron
de sus barcos de hierro: sus cuerpos envueltos por todas partes y sus
caras blancas y el cabello amarillo y la ambición y el engaño y la
traición y nuestro dolor de siglos reflejado en sus ojos inquietos nada
quedó en pie, todo lo arrasaron, lo quemaron, lo aplastaron, lo
torturaron, lo mataron. Cincuenta y seis millones de hermanos indios
esperan desde su oscura muerte, desde su espantoso genocidio, que la
pequeña luz que aún arde como ejemplo de lo que fueron algunas de
las grandes culturas del mundo, se propague y arda en una llama enorme y
alumbre por fin nuestra verdadera identidad, y de ser así que se sepa
la verdad, la terrible verdad de cómo mataron y esclavizaron a un
continente entero para saquear la plata y el oro y la tierra. De cómo
nos quitaron hasta las lenguas, el idioma y cambiaron nuestros dioses
atemorizándonos con horribles castigos, como si pudiera haber castigo
mayor que el de haberlos confundido con nuestros propios dioses y dejado
que entraran en nuestra casa y templos y valles y montañas.
Pero no nos han vencido, hoy, al igual que ayer todavía peleamos por nuestra libertad.
Texto N.º 1 del Taki Ongoy
Hubo
un tiempo en el que todo era bueno. Un tiempo feliz en el que nuestros
dioses velaban por nosotros. No había enfermedad entonces, no había
pecado entonces, no había dolores de huesos, no había fiebres, no había
viruela, no había ardor de pecho, no había enflaquecimiento. Sanos
vivíamos. Nuestros cuerpos estaban entonces rectamente erguidos. Pero
ese tiempo acabó, desde que ellos llegaron con su odio pestilente y su
nuevo dios y sus horrorosos perros cazadores, sus sanguinarios perros de
guerra de ojos extrañamente amarillos, sus perros asesinos.
Bajaron
de sus barcos de hierro: sus cuerpos envueltos por todas partes y sus
caras blancas y el cabello amarillo y la ambición y el engaño y la
traición y nuestro dolor de siglos reflejado en sus ojos inquietos nada
quedó en pie, todo lo arrasaron, lo quemaron, lo aplastaron, lo
torturaron, lo mataron. Cincuenta y seis millones de hermanos indios
esperan desde su oscura muerte, desde su espantoso genocidio, que la
pequeña luz que aún arde como ejemplo de lo que fueron algunas de
las grandes culturas del mundo, se propague y arda en una llama enorme y
alumbre por fin nuestra verdadera identidad, y de ser así que se sepa
la verdad, la terrible verdad de cómo mataron y esclavizaron a un
continente entero para saquear la plata y el oro y la tierra. De cómo
nos quitaron hasta las lenguas, el idioma y cambiaron nuestros dioses
atemorizándonos con horribles castigos, como si pudiera haber castigo
mayor que el de haberlos confundido con nuestros propios dioses y dejado
que entraran en nuestra casa y templos y valles y montañas.
Pero no nos han vencido, hoy, al igual que ayer todavía peleamos por nuestra libertad.
"Efemérides: Día del Respeto a la Diversidad Cultural (12 de octubre) - Canal Encuentro" en YouTube Segundo Ciclo
Ver "12 de Octubre" en YouTube Segundo Ciclo
La asombrosa excursión Zamba con los pueblos originarios Primer Ciclo.
Ver: "Día del Respeto a la Diversidad Cultural" - Canal Pakapaka