Había una vez una princesa hermosa pero asquerosa, que se llamaba Sí
Pero No, que reía cuando no lloraba, y era muy buena cuando no era mala.
Y que, desde pequeña, se portaba como un ángel los días en que no se portaba como el demonio.
Porque la princesa tenía un carácter complicado, aunque, en el fondo, sencillo, ya que siempre quería algo pero no lo quería, y se arrepentía a cada rato de lo que estaba definitivamente segura.
Por eso, no había estudiado música ni labores, ni astronomía, ni cocina, ni esgrima, ni equitación, ni filosofía, ni nada. Aunque se la pasaba dejando de estudiar música, labores, astronomía, cocina, esgrima, equitación, filosofía y... todo lo que encontrara.
Mientras iba creciendo, Sí Pero No había tenido pocos y muchos enamorados, que le parecían lindos, pero inmundos y que le gustaban mucho cuando no le disgustaban. Sin embargo, no prefería a ninguno porque prefería a todos, y no le importaba, en serio ni en broma, nada de nadie.
Y un día, cuando ya era de noche, apareció en el palacio un príncipe simpático, pero de vez en cuando, que se llamaba Juan Aveces Mario, que se enamoró de la princesa, pero no tanto, y le pidió que se casaran hasta cierto punto.
La princesa Sí Pero No le contestó que para eso él debía darle, aunque no era obligatorio, una prueba de amor o una de matemática. Y el príncipe Juan Aveces Mario estuvo a punto de aceptar.
Un poco hizo la prueba de matemá... pero no llego a completarla, y otro poco dio prueba de algo de amor.
El padre de la princesa, el rey Akab Allito, pensó que el príncipe Juan Aveces Mario era el marido que su hija necesitaba, aunque en realidad no estaba seguro.
Para no equivocarse demasiado ni acertar poco, buscó consejo, o algo parecido, del bastante sabio del reino, el famoso aunque desconocido mago, a quien todos llamaban Ted Escubri Eltruquito.
El mago fue, pero vino, pensó pero no pudo, habló mucho pero calló más, y finalmente o al principio, dijo:
—Mi rey Akab: lo mejor y lo peor será que los príncipes hagan lo que quieran, en tanto no quieran demasiado.
El rey Akab, entonces les dio permiso para la boda, a pesar de que les dijo que se oponía.
Dicen que la boda se celebró un martes, aunque nadie está seguro de que haya sido ese día, o de que la boda se haya celebrado. Pero parece, aunque es poco posible, que los enamorados se escaparon de la fiesta justo cuando iban a comer perdices, o las perdices se escaparon y se comieron a los novios justo cuando iban a ir a la fiesta.
A la princesa Sí Pero No y al príncipe Juan Aveces Mario se los ve muy felices juntos, o separados, cuando no están llorando a mares o discutiendo a los gritos.
Les deseamos que su amor dure para siempre o, por lo menos, hasta que este cuento se termine.
FIN
Mariporejas / Graciela Repún; ilustrado por Gabriel San Martín. - 2a ed. - Cántaro 2015. Editorial Puerto de Palos S.A., 2015
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