Con paciencia, abre las vainas una por una.
De adentro saca tres, cuatro, a veces cinco pelotitas verdes.
Las echará en el guiso, naturalmente.
Llega a la vaina número cincuenta y siete. La abre.
¡Oh! ¡Las arvejas no están!
Se fija bien. Revisa todos los rincones de la vaina. No, no están.
Pero dejaron un cartel. Por la letra, tiene que ser de ellas. Dice: “Nos fuimos a un baile de disfraces. Volvemos tarde”.
Etelvina está muy disgustada. Nunca le pasó una cosa así en la mitad de un guiso.
Ahora no le queda más remedio que esperarlas. Por culpa de ellas el guiso demorará.
La espera se hace larga. Cabecea sentada en una silla dura.
Como a medianoche abre otra vez la vaina. Las arvejas han vuelto y duermen a pata suelta.
Etelvina grita.
Una está disfrazada de mosca, otra de corcho y otra de pelo.
Imposible echarlas en la olla. ¡Le arruinarían el guiso!
Etelvina piensa que con esas arvejas no se puede. Mañana le presentará las quejas al verdulero.
FIN
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