Cuento: EL DÍA QUE SE INVENTÓ EL AÑO NUEVO, de Gustavo Roldán
El coatí, la iguana, el tordo, el tapir, el picaflor y la paloma andaban revoloteando de un lado para el otro. Apurados, nerviosos, un poco sin saber qué hacer, se atropellaban a cada rato.
—¡Que se nos viene, que se nos viene encima! ¡Y todavía no terminamos los preparativos! —dijo la perdiz.
—¿Siempre se viene tan de golpe? —preguntó el picaflor, que no sabía nada del asunto.
—¿Quién hace el Año Nuevo? —dijo un pichón de paloma que acababa de salir del cascarón.
Como era época de pichones, el piar y los aleteos, horneros, carpinteros y palomitas se convirtió de repente en silencio.
El sapo llegó justo para escuchar la pregunta.
—¿Qué quién hace el Año Nuevo? Bueno, no hay muchos que sepan eso.
—¿De dónde salen los años? —preguntó el coatí acercándose a la rueda que ya se había formado alrededor del sapo.
—Es una vieja historia, casi de cuando comenzó el mundo.
—¡Cuente, cuente, don sapo! —dijeron a coro—. ¿Cómo eran antes los años?
—Uff… ahí andaban, viejos y arrugados, sin ánimo para nada, más gastados que plumas de víbora.
—Pero, don sapo —dijo la cotorrita verde—, las víboras no tienen plumas.
—Claro que no. Eso es lo que dije. Se les gastaron de tanto esperar, y al final se quedaron sin plumas para siempre.
—¿Y en esa época no había Años Nuevos?
—¡Era más aburrido que portarse bien! No había fiestas, ni cohetes, ni luces de bengala, ni estrellitas, ni buscapiés. Un aburrimiento, qué quiere que le diga.
—¿Y qué hacían cuando llegaba la medianoche?
—Dormían a pata suelta. Ni se imaginaban que se podía hacer otra cosa.
—¡Qué feo! —dijo el coatí.
—¡qué triste! —dijo la cotorrita verde.
—A los que tenemos patas largas —dijo el piojo arriba del avestruz—, eso no nos gusta nada. Nosotros queremos estar siempre de fiesta.
—¿Y qué pasó, don sapo?
—Pasó lo que tenía que pasar. Los sapos pensamos que las cosas no andaban bien y había que hacer algo.
La rueda que escuchaba al sapo era cada vez más grande. Hasta el tigre estaba con los ojos redondos y las orejas paradas para no perderse ni una palabra.
—¿Y entonces, don sapo?
—Ahí nomás pusimos las manos en la masa.
—¡Ah, comenzaron a trabajar! —dijo el picaflor.
—No, m’hijo, pusimos las manos en un plato de masas, para darnos fuerzas.
—¿Y después?
—Después pensamos y probamos un montón de ideas, pero no pasaba nada. No era fácil el asunto.
—¿Y no aflojaron?
—¿Aflojar? Los sapos no aflojamos nunca. Somos bichos de pelea.
—¡Cuente alguna pelea, don sapo! —gritó el tordo pichón.
Mil ojos lo miraron fijo, y el pichoncito supo que había metido la pata.
—Hágame acordar otro día, m’hijo —le dijo el sapo—, no se va a quedar con las ganas.
—Siga, siga, don sapo —dijeron todos—. ¿Qué pasó con el año Nuevo?
—Despacito, despacito, que un Año Nuevo no se hace de una escupida. Seguimos trabajando, hasta que al final se resolvió todo en una explosión.
—¡Se le prendió la lamparita! —dijo el coatí.
—No, una explosión. Inventamos los cohetes.
—¡Los cohetes! —exclamaron todos.
—Claro, y las cañitas voladoras y los buscapiés y las estrellitas y las luces de bengala y los rompetroncos.
—¿Los rompetroncos?
—Ahora se llaman rompeportones, pero entonces no había portones y se llamaban rompetroncos.
—Sí, sí —dijo el piojo, impaciente—, pero ¿qué pasó después, cómo hicieron el Año Nuevo?
—Ahí estoy llegando. Entonces nos juntamos los sapos y a la medianoche, todos juntos, tiramos un millón de cohetes, de cañitas voladoras y llenamos el cielo de luces de bengala.
—¿Y llegó el Año Nuevo? —preguntó el piojo, que estaba a los saltos de los nervios.
—Sobre el pucho. Más nuevito que nunca.
—¿Y desde entonces llega todos los años?
—No, m’hijo. Llega si lo llamamos. Ése es un trabajo que nos pusimos los sapos.
—¿Y si alguna vez no pueden? ¿Y si se olvidan?
—Bah, no hay problema. Siempre va a seguir llegando porque tenemos millones de ayudantes.
—¿Dónde, don sapo? ¿Quién los ayuda?
—Los chicos. Los chicos de todo el mundo. Nunca se olvidan, y tiran cohetes y cañitas voladoras y gritan y se ríen, y el Año Nuevo viene sin perder un instante.
Al piojo le corría una lágrima de emoción, y todos los bichos se rascaban porque la pulga, de puros nervios, saltaba de uno a otro picándolos.
—Bueno, bueno, a no perder tiempo —dijo el sapo—, hay que terminar con los preparativos.
Los bichos salieron contentos y fueron para todos lados a preparar la fiesta.
El sapo quedó sentado, descansando, y murmurando en voz baja:
—Ja, si sabrá de Años Nuevos este sapo.
FIN
COMO SI EL RUIDO PUDIERA MOLESTAR
Gustavo Roldán
Ilustraciones de: Luis Scafati
Grupo Editorial Norma
Colección Torre de Papel; Serie Torre Roja.
Al monito, al piojo, al coatí, al tapir, a todos los animales del monte les encanta escuchar los cuentos del sapo. Porque ellos saben que el sapo, además de ser un animal de pelea y no tenerle miedo a nada, es un animal muy sabio. Y así les cuenta del día en que se inventó el año nuevo, de cuando venció el sólo a más de mil dragones y de cómo, a pesar de las formas y los tamaños que es capaz de adoptar, logró vencer al miedo.
(Texto extraído de la contratapa del libro)
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