Cuento: El peor nieto del mundo
Era un anciano delgado, con muchas arrugas, que parecía estar siempre sonriendo. Se llamaba Lu-sin, vivía solo en un pequeño departamento y se aburría mucho porque todos los días hacía lo mismo. Cada día Lu-sin se levantaba temprano, leía el diario, daba una vuelta por la plaza, se preparaba comida, dormía la siesta, miraba televisión, cenaba y se iba a dormir.
Hasta que una mañana, al abrir el diario, leyó un aviso que le interesó: “Nieto desea adoptar abuelo”. Como la dirección era cerca de su casa, decidió presentarse.
Lo primero que le llamó la atención fue que en la cola para ofrecerse como abuelos había muchas personas. Lo segundo, que cada uno que entraba a la casa, enseguida salía apurado, con expresión de desagrado.
Lu-sin era el último de la cola y, cuando le tocó entrar a la casa, era ya de noche. La mujer que lo atendió era joven, pero parecía muy cansada. Le dijo que pasara y tomara asiento. Lu-sin pasó...
—Mi hijo necesita un abuelo y no tiene —dijo la mujer—. Pero todos los que se presentaron... bueno, se fueron, salieron apurados, corriendo, corriendo despavoridos —explicó medio avergonzada.
—¿Y dónde está la criatura? —preguntó amablemente Lu-sin.
En ese momento, Lu-sin vio que una torta venía volando en dirección a su cara, al tiempo que un chico con expresión de enojo se asomaba y decía:
—¡Acá está la criatura!
Con un ágil movimiento, Lu-sin tomó la torta cuando ya estaba por estallar contra su cara.
—Gracias por convidarme —dijo Lu-sin, chupándose los dedos—. ¿Cuál es tu nombre?
—Tobías —respondió el chico, enojado.
Lu-sin, Tobías y su mamá decidieron probar una semana, a ver si los tres se llevaban bien. Lu-sin dijo que regresaría a la tarde siguiente para llevar a Tobías a la plaza.
Esa tarde, Tobías enjabonó el piso para que Lu-sin se cayera al entrar. Pero el viejo Lu-sin hizo increíbles piruetas patinando sobre el jabón sobre un solo pie y dejó maravillado al chico.
Al otro día, Tobías arrojó por el balcón una zapatilla. El calzado quedó enganchado en un cartel pasacalles. Lu-sin se paró sobre la baranda del balcón, caminó por la soga del cartel, recogió la zapatilla y regresó al departamento.
Pese a eso, el chico no dejaba de mirarlo con enojo. Las trampas de Tobías siguieron, pero Lu-sin lograba salir airoso. La última noche de la semana de prueba, Tobías se sentó sobre la mesada de la cocina y comenzó a tirarle platos a Lu-sin. Lu-sin no solo los fue tomando en el aire, sino que a cada plato lo ponía a girar sobre sus pies, su cabeza o sus manos.
Cuando se terminaron los platos Tobías se quedó como paralizado de asombro. Lu-sin dijo entonces que se tenía que ir. Que lamentaba no poder ser un buen abuelo adoptivo para él, pero que igual le agradecía haberle hecho recordar la época en que trabajaba en el circo chino.
Entonces Tobías se acercó a Lu-sin, lo tomó de la mano y, con una sonrisa, le dijo que se quedara a cenar, que lo aceptaba como abuelo y que quería aprender a ser artista de circo.
—¿Es difícil ese truco de los platos?
—No tanto —sonrió Lu-sin—, aunque hay que practicar mucho. Al principio algunos platos se rompen...
A la mamá se le escapó una lágrima, y los tres se abrazaron.
© Ricardo Mariño
© Editorial Puerto de Palos
© Editorial Puerto de Palos
Era un anciano delgado, con muchas arrugas, que parecía estar siempre sonriendo. Se llamaba Lu-sin, vivía solo en un pequeño departamento y se aburría mucho porque todos los días hacía lo mismo. Cada día Lu-sin se levantaba temprano, leía el diario, daba una vuelta por la plaza, se preparaba comida, dormía la siesta, miraba televisión, cenaba y se iba a dormir.
Hasta que una mañana, al abrir el diario, leyó un aviso que le interesó: “Nieto desea adoptar abuelo”. Como la dirección era cerca de su casa, decidió presentarse.
Lo primero que le llamó la atención fue que en la cola para ofrecerse como abuelos había muchas personas. Lo segundo, que cada uno que entraba a la casa, enseguida salía apurado, con expresión de desagrado.
Lu-sin era el último de la cola y, cuando le tocó entrar a la casa, era ya de noche. La mujer que lo atendió era joven, pero parecía muy cansada. Le dijo que pasara y tomara asiento. Lu-sin pasó...
—Mi hijo necesita un abuelo y no tiene —dijo la mujer—. Pero todos los que se presentaron... bueno, se fueron, salieron apurados, corriendo, corriendo despavoridos —explicó medio avergonzada.
—¿Y dónde está la criatura? —preguntó amablemente Lu-sin.
En ese momento, Lu-sin vio que una torta venía volando en dirección a su cara, al tiempo que un chico con expresión de enojo se asomaba y decía:
—¡Acá está la criatura!
Con un ágil movimiento, Lu-sin tomó la torta cuando ya estaba por estallar contra su cara.
—Gracias por convidarme —dijo Lu-sin, chupándose los dedos—. ¿Cuál es tu nombre?
—Tobías —respondió el chico, enojado.
Lu-sin, Tobías y su mamá decidieron probar una semana, a ver si los tres se llevaban bien. Lu-sin dijo que regresaría a la tarde siguiente para llevar a Tobías a la plaza.
Esa tarde, Tobías enjabonó el piso para que Lu-sin se cayera al entrar. Pero el viejo Lu-sin hizo increíbles piruetas patinando sobre el jabón sobre un solo pie y dejó maravillado al chico.
Al otro día, Tobías arrojó por el balcón una zapatilla. El calzado quedó enganchado en un cartel pasacalles. Lu-sin se paró sobre la baranda del balcón, caminó por la soga del cartel, recogió la zapatilla y regresó al departamento.
Pese a eso, el chico no dejaba de mirarlo con enojo. Las trampas de Tobías siguieron, pero Lu-sin lograba salir airoso. La última noche de la semana de prueba, Tobías se sentó sobre la mesada de la cocina y comenzó a tirarle platos a Lu-sin. Lu-sin no solo los fue tomando en el aire, sino que a cada plato lo ponía a girar sobre sus pies, su cabeza o sus manos.
Cuando se terminaron los platos Tobías se quedó como paralizado de asombro. Lu-sin dijo entonces que se tenía que ir. Que lamentaba no poder ser un buen abuelo adoptivo para él, pero que igual le agradecía haberle hecho recordar la época en que trabajaba en el circo chino.
Entonces Tobías se acercó a Lu-sin, lo tomó de la mano y, con una sonrisa, le dijo que se quedara a cenar, que lo aceptaba como abuelo y que quería aprender a ser artista de circo.
—¿Es difícil ese truco de los platos?
—No tanto —sonrió Lu-sin—, aunque hay que practicar mucho. Al principio algunos platos se rompen...
A la mamá se le escapó una lágrima, y los tres se abrazaron.
© Ricardo Mariño
© Editorial Puerto de Palos
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