1. Tomar una o varias porciones de caos (muy pequeñas) y transformarlas en un pequeño universo.
2. Trabajar con los conocimientos de lector, que sabe más de lo que cree.
3. Trabajar con la materialidad del texto. Por ejemplo, en este hiperbrevísimo “Huyamos, los cazadores de letras están aq--”
4. Azotar las palabras hasta conseguir que se agrupen en un rebaño ordenado. Tener el corral preparado de antemano.
5. Tejer lo fantástico y lo cotidiano en una sola trama. O no. Cortar lo que sobra.
6. Trabajar la primera versión como una piedra en bruto a la que hay que tallar hasta obtener un diamante facetado. Si no es posible librarse incluso de la más mínima imperfección, tirar la piedra a la basura, sin piedad.
7. Si conseguiste atraparlo, es que está mal. Un buen cuento brevísimo resulta tan inasible y resbaladizo como cualquier pez o cualquier buen texto literario.
8. A veces no hace falta inventarlos, basta con descubrirlos, incrustados en otros textos, brillando.
9. Prueba de calidad: si es realmente bueno, muerde.
10. Ser breve. Y, preferiblemente, también genial.
Foto: Ana María Shua | Facebook
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