viernes, 11 de diciembre de 2020

CUENTO: PERDIDO EN LA SELVA de Ricardo Mariño




Antes de dar a conocer su libro Supervivencia en la selva, el profesor Winston Trabagliati quiso comprobar que los consejos incluidos en ese volumen realmente fueran útiles para personas en peligro. "Alguien debería internarse en el Amazonas sin otro recurso que mi libro", le había dicho a su editor.

En la editorial decidieron que la persona indicada para esa prueba era el joven cadete Catalino Esmit.

Así, una tarde Catalino fue invitado a dar una vuelta en avioneta. Piloteaba el avión el tesorero de la editorial y atrás iban Winston Trabagliati, Catalino y el editor.

Antes de que el avión tomara altura los dos hombres le dijeron a Catalino que por ser tan joven correspondía que él se pusiera el único paracaídas que había en el avión. Catalino les agradeció.

Pasadas unas horas, al sobrevolar el mismísimo corazón del Amazonas, el editor abrió la puerta de la avioneta y le dijo a Catalino que no se perdiera la incomparable vista que se apreciaba desde allí.

Cuando el joven se asomó, Winston Trabagliati le pegó en el pecho con su libro y le dijo:

—¡Te regalo mi último trabajo, Catalino! ¡No dejes de leerlo!

Al tratar de agarrar el libro, el muchacho soltó el caño al que estaba aferrado. Por un segundo hizo equilibrio sobre la base de la puerta, pero Trabagliati le dio unas cariñosas palmadas en la espalda:

—Estoy seguro de que te gustará, hijo. Y te será de gran utilidad—. Catalino salió al vacío dando inútiles manotazos y patadas.

Segundos después el joven cadete miró hacia abajo y recordó que tenía puesto un paracaídas.

—Dentro de todo es una desgracia con suerte —se dijo—. Justo vengo a caer yo, el único que llevaba paracaídas gracias a la generosidad del señor editor y de Winston Trabagliati, el genial escritor, que casi me obligaron a que me pusiera el único que había. Ni quiero pensar qué hubiera ocurrido si caía uno de ellos...

De pronto Catalino sintió que algo tiraba de él hacia arriba: era el paracaídas que se había abierto. Segundos después volvió a tener la misma sensación: era que el paracaídas se había enganchado en las ramas más altas de un árbol increíblemente alto.

Para sacarse el paracaídas Catalino debió esforzarse porque estaba sobre una rama muy delgada. Luego, resbaló tomado de las manos, desplazándose hacia el tronco del árbol.

Allí descansó unos diez minutos porque se había quedado sin fuerzas.

—Yo acá descansando y ellos, allá en el avión. Pobres, seguro que están preocupadísimos... —pensó en voz alta—. Pero... ¡qué afortunado —exclamó al reconocer el libro de Trabagliati enganchado en una rama apenas a unos metros de él—, justo vengo a caer en la selva con un libro que trata sobre cómo sobrevivir en la selva! Y hasta debe de tener un capítulo dedicado a cómo descender de un árbol.

Justamente, en el índice estaba señalada la parte del libro dedicada a ese problema. Catalino buscó presurosamente esa página, pero antes de llegar a leerla apareció un gorila.

Era un gorila negro y peludo con dientes blancos y enormes como fichas de dominó. La bestia se descolgó hábilmente de una rama, caminó por otra y en un instante estuvo al lado de Catalino. El joven abrió grandes los ojos pero enseguida los desvió hacia el índice del libro, esta vez en "Simios del Amazonas, especies, características, alimentación y trato con el hombre".

Desgraciadamente Catalino no llegó a completar el título de ese apartado. El animal le arrebató el libro de un manotazo y luego, al morderlo, perdió un diente. Furioso, agarró a Catalino, le metió el libro en la boca y como si fuera una pelota lo arrojó al vacío.

El joven cayó a un río infestado de cocodrilos. Mientras flotaba, buscó en el índice "Técnicas de defensa ante cocodrilos". Pero en la página indicada figuraba "Gorgojos amazónicos comestibles". Un error de edición. El señor editor siempre se quejaba de ese tipo de errores diciendo: "Les pago a estos imbéciles para que detecten estas cosas y sin embargo...".

—Qué lástima —pensó Catalino—. Una edición tan cuidada, con dibujos tan bonitos, tiene este error en el índice.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por tres enormes cocodrilos que lo rodearon con sus descomunales bocas abiertas. Catalino debió abrirse paso dándoles librazos en las trompas.

Llegó extenuado a la orilla, pero allí fue atrapado por un grupo de indígenas salvajes. Los salvajes estaban por cocinarlo, cuando el brujo hojeó el libro y se le ocurrió que Catalino podría leerles un fragmento a él y a sus compañeros antes de ser cocinado. El joven aceptó gustoso.

"Si Winston Trabagliati viera esto, no podría creerlo", pensó, mientras abría el libro en "El problema del agua potable. Métodos sencillos para sanear aguas contaminadas".

Los indios escucharon atentos. ¡El agua potable era la que se podía tomar! ¡La otra, la que no es potable, podía hacer que murieran todos entre horribles retorcijones de barriga!

Encabezados por el brujo y el cacique, trataron de seguir las instrucciones para obtener agua potable, pero ninguno logró extraer ni una gota machacando hierbas como indicaba el libro de Winston Trabagliati.

Pasada una hora, los indios se miraban entre sí preocupados.

—Moriremos de sed —fue el cruel anuncio del brujo. Todos lo miraron alarmados—. No hay esperanzas para nosotros. Somos inútiles para obtener agua potable.

—¿Y si beben agua del río? —se le ocurrió preguntar a Catalino.

Los indios se acercaron al río con gran reserva. Uno de ellos mojó sus dedos en el agua y la probó, atemorizado.

—Parece buena —dijo al fin. Otros indios también bebieron un poco y confirmaron lo dicho.

—¡Es agua potable! —anunció a gritos el brujo.

Catalino fue felicitado y levantado en andas. Hasta que uno de los indios recordó que desde hacía quinientos años, quizá más, la tribu tomaba agua de ese río. El joven fue perseguido por los indios hasta la noche.

Al fin se ocultó sobre una palmera, comió un coco y se mantuvo despierto para espantar con el libro a las alimañas e insectos llenos de aguijones, pinzas y bolsitas de venenos, que desde todos los ángulos trataban de perforarlo.

A la mañana siguiente saltó sobre un tronco y se dejó llevar río abajo. Favorecido por la incontenible corriente y las increíbles cascadas que por momentos lo hacían volar sobre las aguas, llegó un día después a un puerto.

Pero al parecer alguien había avisado que un joven se había perdido en la selva y luego un helicóptero lo había avistado cuando lo arrastraba el agua, así que mucha gente lo esperaba en el puerto. Entre la muchedumbre se distinguían el mismísimo Winston Trabagliati y el editor, además de varias cámaras de televisión.

La imagen del joven emergiendo de las aguas con el libro Supervivencia en la selva bajo el brazo fue vista en todo el mundo. El lanzamiento del libro fue un gran éxito y ahora nadie se atreve a viajar a zonas selváticas sin llevar un ejemplar. Y Winston Trabagliati, el genial escritor, ya está trabajando en un volumen que se titulará Guía para sobrevivir en el Polo Sur.



FIN


 

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