jueves, 23 de julio de 2020

Ricardo Mariño



(Del libro El hombre sin cabeza y otros cuentos, Editorial Atlántida (Buenos Aires, 2001; colección De Terror). Desde los 10 años.)


El hombre, el escritor, solía trabajar hasta muy avanzada la noche.

Inmerso en el clima inquietante de sus propias fantasías escribía cuentos de terror. La vieja casona de aspecto fantasmal en la que vivía le inspiraba historias en las que inocentes personas, distraídas en sus quehaceres, de pronto conocían el horror de enfrentar lo sobrenatural.

Los cuentos de terror suelen tener dos protagonistas: uno que es víctima y testigo, y otro que encarna el mal. El "malo" puede ser un muerto que regresa a la vida, un fantasma capaz de apoderarse de la mente de un pobre mortal, alguna criatura de otro mundo que trata de ocupar un cuerpo que no es el suyo, un hechicero con poderes diabólicos...

Un escritor sentado en su sillón, frente a una computadora, a medianoche, en un enorme caserón que sólo él habita, se parece bastante a las indefensas personas que de pronto se ven envueltas en esas situaciones de horror. Absorto en su trabajo, de espaldas a la gran sala de techos altos, con muebles sombríos y una lúgubre iluminación, bien podría resultar él también una de esas víctimas que no advierten a su atacante sino hasta un segundo antes de la fatalidad.

El cuento que aquella noche intentaba crear Luis Lotman, que así se llamaba el escritor, trataba sobre un muerto que, al cumplirse cien años de su fallecimiento, regresaba a la antigua casa donde había vivido o, mejor dicho, donde lo habían asesinado.

El muerto regresaba con un cometido: vengarse de quien lo había matado. ¿Cómo podía vengarse de quien también estaba muerto? El muerto del cuento se iba a vengar de un descendiente de su asesino.

Para dotar al cuento de detalles realistas, al escritor se le ocurrió describir su propia casa. Tomó un cuaderno, apagó las luces y recorrió el caserón llevando unas velas encendidas. Quería experimentar las impresiones del personaje-víctima, ver con sus ojos, percibir e inquietarse como él. Los detalles precisos dan a los cuentos cierto efecto de verosimilitud: una historia increíble puede parecer verdad debido a la lógica atinada de los eslabones con que se va armando y a los vívidos detalles que crean el escenario en que ocurre.

La casa del escritor era un antiquísimo caserón heredado de un tío —hermano de su padre— muerto de un modo macabro hacía muchos años. Los parientes más viejos no se ponían de acuerdo en cómo había ocurrido el crimen, pero coincidían en un detalle: el cuerpo había sido encontrado en el sótano, sin la cabeza.

De chico, el escritor había escuchado esa historia decenas de veces. Muchas noches de su infancia las había pasado despierto, aterrorizado, atento a los insignificantes ruidos de la casa. Sin duda, esa remota impresión influyó en el oficio que Lotman terminó adoptando de adulto.

Proyectada por la luz de las velas, la sombra de Lotman reflejada en las altas paredes parecía un monstruo informe que se moviera al lento compás de una danza fantasmal. Cuando Lotman se acercaba a las velas, su sombra se agrandaba ocupando la pared y el techo; cuando se alejaba unos centímetros, su silueta se proyectaba en la pared... sin la cabeza.

Ese detalle lo sobrecogió. ¿Cómo podía aparecer su sombra sin la cabeza?

Tardó un instante en darse cuenta de que sólo se trataba de un efecto de la proyección de la sombra: su cuerpo aparecía en la pared y la cabeza en el techo, pero la primera impresión era la de un cuerpo sin cabeza.

Anotó en su cuaderno ese incidente, que le pareció interesante: el protagonista camina alumbrándose con velas y, como algo premonitorio, observa que en su sombra falta la cabeza. El personaje no se asusta, es sólo un hecho curioso. No se asusta porque él desconoce que en minutos su destino tendrá relación con un hombre sin cabeza. Y no se asusta —pensó Lotman—, porque así se asustará más al lector.

Terminó de anotar esa idea, cerró el cuaderno y decidió bajar al sótano.

Los apolillados encastres de la escalera emitían aullidos a cada pie que él apoyaba. En un año de vivir allí sólo una vez se había asomado al sótano, y no había permanecido en él más de dos minutos debido al sofocante olor a humedad, las telas de araña, la cantidad de objetos uniformados por una capa de polvo y la desagradable sensación de encierro que le provocaba el conjunto. Cien veces se había dicho: "Tengo que bajar al sótano a poner orden". Pero jamás lo hacía.

Se detuvo en el medio del sótano y alzó el candelabro para distinguir mejor. Enseguida percibió el olor a humedad y decidió regresar a la escalera. Al girar, pateó involuntariamente el pie de un maniquí y, en su afán de tomarlo antes de que cayera, derribó una pila de cajones que le cerraron el paso hacia la escalera.

Ahogado, con una mueca de desesperación, intentó caminar por encima de las cosas, pero terminó trastabillando. Cayó sobre el sillón desfondado y con él se volteó el candelabro y las velas se apagaron.

Mientras trataba de orientarse, Lotman experimentó, como a menudo les ocurría a los protagonistas de sus cuentos, la más pura desesperación. Estaba a oscuras, nerviosísimo, y no encontraba la salida. Sacudió las manos con violencia tratando de apartar telas de araña, pero éstas quedaban adheridas a sus dedos y a su cara. Terminó gritando, pero el eco de su propio grito tuvo el efecto de asustarlo más aún.

Quién sabe cuánto tiempo le llevó dar con la escalera y con la puerta. Cuando al fin llegó a la salida, chorreando transpiración, temblando de miedo, atinó a cerrar con llave la puerta que conducía al sótano. Pero su nerviosismo no le permitía acertar en la cerradura.

Corrió entonces hasta cada uno de los interruptores y encendió a manotazos todas las luces. Basta de "clima inquietante" para inspirarse en los cuentos, se dijo. Estaba visto que en la vida real él toleraba muchísimo menos que alguno de sus personajes capaces de explorar catacumbas en un cementerio.

Cuando por fin llegó al acogedor estudio donde escribía, se echó a llorar como un chico.

Una gran taza de café hizo el milagro de reconfortarlo. Se sentó ante la computadora y escribió el cuento de un tirón.

Un muerto sin cabeza salía del cementerio en una espantosa noche de tormenta. Había "despertado" de su muerte gracias a una profecía que le permitía llevar a cabo la deseada venganza pensada en los últimos instantes de su agonía: asesinar, cortándole la cabeza, a la descendencia, al hijo de quien había sido su asesino: su propio hermano.

Cuando el escritor puso el punto final a su cuento sintió el alivio típico de esos casos. Se dejó resbalar unos centímetros en el sillón, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Ya había escrito el cuento que se había propuesto hacer. Dedicaría el día siguiente a pasear y a encontrarse con algún amigo a tomar un café.

Sin embargo, de pronto tuvo un extraño presentimiento...

Era una estupidez, una fantasía casi infantil, la tontería más absurda que pudiera pensarse... Estaba seguro de que había alguien detrás de él.

Cobardía o desesperación, no se animaba a abrir los ojos y volverse para mirar. Todavía con los ojos cerrados, llegó a pensar que en realidad no necesitaba darse vuelta: delante tenía una ventana cuyo vidrio, con esa noche cerrada, funcionaba como un espejo perfecto. Pensó con terror que, si había alguien detrás de él, lo vería no bien abriera los ojos.

Demoró una eternidad en abrirlos. Cuando lo hizo, en cierta forma vio lo que esperaba, aunque hubo un instante durante el cual se dijo que no podía ser cierto. Pero era indiscutible: "eso" que estaba reflejado en el vidrio de la ventana, lo que estaba detrás de él, era un hombre sin cabeza. Y lo que tenía en la mano era un largo y filoso cuchillo...



FIN


•.¸¸.•*¨*•.¸¸.•

El hombre sin cabeza y otros cuentos. Ricardo Mariño. Ilustraciones de Gustavo Ariel Mazali.
Buenos Aires, Editorial Atlántida, 2001. Colección De Terror. (Desde los 10 años)
"Tres relatos del más genuino género del terror.
Sin concesiones, con una trama que atrapa desde el primer momento, cada relato invita al lector a sumergirse en mundos inquietantes donde no falta ninguno de los ingredientes característicos del género: hombres sin cabeza, cuerpos habitados por otros, seres que vuelven de la muerte a cobrar venganza." (Texto extraído de la contratapa del libro)

Contenido del libro:
• El hombre sin cabeza
• El habitante de cuerpos ajenos
• El condenado


Títulos de esta colección:

miércoles, 22 de julio de 2020

Ricardo Mariño

Cuento: El peor nieto del mundo


Era un anciano delgado, con muchas arrugas, que parecía estar siempre sonriendo. Se llamaba Lu-sin, vivía solo en un pequeño departamento y se aburría mucho porque todos los días hacía lo mismo. Cada día Lu-sin se levantaba temprano, leía el diario, daba una vuelta por la plaza, se preparaba comida, dormía la siesta, miraba televisión, cenaba y se iba a dormir.

Hasta que una mañana, al abrir el diario, leyó un aviso que le interesó: “Nieto desea adoptar abuelo”. Como la dirección era cerca de su casa, decidió presentarse.

Lo primero que le llamó la atención fue que en la cola para ofrecerse como abuelos había muchas personas. Lo segundo, que cada uno que entraba a la casa, enseguida salía apurado, con expresión de desagrado.

Lu-sin era el último de la cola y, cuando le tocó entrar a la casa, era ya de noche. La mujer que lo atendió era joven, pero parecía muy cansada. Le dijo que pasara y tomara asiento. Lu-sin pasó...

—Mi hijo necesita un abuelo y no tiene —dijo la mujer—. Pero todos los que se presentaron... bueno, se fueron, salieron apurados, corriendo, corriendo despavoridos —explicó medio avergonzada.

—¿Y dónde está la criatura? —preguntó amablemente Lu-sin.

En ese momento, Lu-sin vio que una torta venía volando en dirección a su cara, al tiempo que un chico con expresión de enojo se asomaba y decía:

—¡Acá está la criatura!

Con un ágil movimiento, Lu-sin tomó la torta cuando ya estaba por estallar contra su cara.

—Gracias por convidarme —dijo Lu-sin, chupándose los dedos—. ¿Cuál es tu nombre?

—Tobías —respondió el chico, enojado.

Lu-sin, Tobías y su mamá decidieron probar una semana, a ver si los tres se llevaban bien. Lu-sin dijo que regresaría a la tarde siguiente para llevar a Tobías a la plaza.

Esa tarde, Tobías enjabonó el piso para que Lu-sin se cayera al entrar. Pero el viejo Lu-sin hizo increíbles piruetas patinando sobre el jabón sobre un solo pie y dejó maravillado al chico.

Al otro día, Tobías arrojó por el balcón una zapatilla. El calzado quedó enganchado en un cartel pasacalles. Lu-sin se paró sobre la baranda del balcón, caminó por la soga del cartel, recogió la zapatilla y regresó al departamento.

Pese a eso, el chico no dejaba de mirarlo con enojo. Las trampas de Tobías siguieron, pero Lu-sin lograba salir airoso. La última noche de la semana de prueba, Tobías se sentó sobre la mesada de la cocina y comenzó a tirarle platos a Lu-sin. Lu-sin no solo los fue tomando en el aire, sino que a cada plato lo ponía a girar sobre sus pies, su cabeza o sus manos.

Cuando se terminaron los platos Tobías se quedó como paralizado de asombro. Lu-sin dijo entonces que se tenía que ir. Que lamentaba no poder ser un buen abuelo adoptivo para él, pero que igual le agradecía haberle hecho recordar la época en que trabajaba en el circo chino.

Entonces Tobías se acercó a Lu-sin, lo tomó de la mano y, con una sonrisa, le dijo que se quedara a cenar, que lo aceptaba como abuelo y que quería aprender a ser artista de circo.

—¿Es difícil ese truco de los platos?

—No tanto —sonrió Lu-sin—, aunque hay que practicar mucho. Al principio algunos platos se rompen...

A la mamá se le escapó una lágrima, y los tres se abrazaron.


© Ricardo Mariño
© Editorial Puerto de Palos
Ricardo Mariño - Imagen cuento: Páginas 25, 26 y 27 © Editorial Puerto de Palos

Era un anciano delgado, con muchas arrugas, que parecía estar siempre sonriendo. Se llamaba Lu-sin, vivía solo en un pequeño departamento y se aburría mucho porque todos los días hacía lo mismo. Cada día Lu-sin se levantaba temprano, leía el diario, daba una vuelta por la plaza, se preparaba comida, dormía la siesta, miraba televisión, cenaba y se iba a dormir.

Hasta que una mañana, al abrir el diario, leyó un aviso que le interesó: “Nieto desea adoptar abuelo”. Como la dirección era cerca de su casa, decidió presentarse.

Lo primero que le llamó la atención fue que en la cola para ofrecerse como abuelos había muchas personas. Lo segundo, que cada uno que entraba a la casa, enseguida salía apurado, con expresión de desagrado.

Lu-sin era el último de la cola y, cuando le tocó entrar a la casa, era ya de noche. La mujer que lo atendió era joven, pero parecía muy cansada. Le dijo que pasara y tomara asiento. Lu-sin pasó...

—Mi hijo necesita un abuelo y no tiene —dijo la mujer—. Pero todos los que se presentaron... bueno, se fueron, salieron apurados, corriendo, corriendo despavoridos —explicó medio avergonzada.

—¿Y dónde está la criatura? —preguntó amablemente Lu-sin.

En ese momento, Lu-sin vio que una torta venía volando en dirección a su cara, al tiempo que un chico con expresión de enojo se asomaba y decía:

—¡Acá está la criatura!

Con un ágil movimiento, Lu-sin tomó la torta cuando ya estaba por estallar contra su cara.

—Gracias por convidarme —dijo Lu-sin, chupándose los dedos—. ¿Cuál es tu nombre?

—Tobías —respondió el chico, enojado.

Lu-sin, Tobías y su mamá decidieron probar una semana, a ver si los tres se llevaban bien. Lu-sin dijo que regresaría a la tarde siguiente para llevar a Tobías a la plaza.

Esa tarde, Tobías enjabonó el piso para que Lu-sin se cayera al entrar. Pero el viejo Lu-sin hizo increíbles piruetas patinando sobre el jabón sobre un solo pie y dejó maravillado al chico.

Al otro día, Tobías arrojó por el balcón una zapatilla. El calzado quedó enganchado en un cartel pasacalles. Lu-sin se paró sobre la baranda del balcón, caminó por la soga del cartel, recogió la zapatilla y regresó al departamento.

Pese a eso, el chico no dejaba de mirarlo con enojo. Las trampas de Tobías siguieron, pero Lu-sin lograba salir airoso. La última noche de la semana de prueba, Tobías se sentó sobre la mesada de la cocina y comenzó a tirarle platos a Lu-sin. Lu-sin no solo los fue tomando en el aire, sino que a cada plato lo ponía a girar sobre sus pies, su cabeza o sus manos.

Cuando se terminaron los platos Tobías se quedó como paralizado de asombro. Lu-sin dijo entonces que se tenía que ir. Que lamentaba no poder ser un buen abuelo adoptivo para él, pero que igual le agradecía haberle hecho recordar la época en que trabajaba en el circo chino.

Entonces Tobías se acercó a Lu-sin, lo tomó de la mano y, con una sonrisa, le dijo que se quedara a cenar, que lo aceptaba como abuelo y que quería aprender a ser artista de circo.

—¿Es difícil ese truco de los platos?

—No tanto —sonrió Lu-sin—, aunque hay que practicar mucho. Al principio algunos platos se rompen...

A la mamá se le escapó una lágrima, y los tres se abrazaron.

© Ricardo Mariño
© Editorial Puerto de Palos
Ricardo Mariño - Imagen cuento: Páginas 25, 26 y 27 © Editorial Puerto de Palos

martes, 21 de julio de 2020

Ricardo Mariño

Cuento: Las aventuras de Tuco


Un día llegó a aquel lugar de la selva un perro llamado Tuk. Era flaquito y delicado, y había protagonizado películas donde rescataba chicos, manejaba aviones o salvaba al mundo de ataques extraterrestres. Harto de esa vida de estrella, se había marchado a la selva.

En el cine, Tuk parecía enorme, feroz y decidido, pero eran trucos de filmación. La verdadera habilidad de Tuk era la de actuar.

Entre los animales que lo vieron llegar, había un mono que lo reconoció de cuando vivía en una casa de humanos y miraba tele. El mono creía que las aventuras de Tuk eran reales, así que al verlo armó un increíble escándalo. Hasta los tigres se acercaron a admirar a Tuk.

Pero ocurrió que, al día siguiente, entraron tres cazadores a la selva y los animales, en lugar de escapar como siempre, esta vez dijeron:

—No hay problema, lo tenemos a Tuk. Que Tuk vaya a vencerlos.


—¡No! ¡Huyan, llévense a sus cachorros! —les gritó Tuk, pero todos pensaron que bromeaba. ¿Cómo un perro que, según el mono, había aniquilado a un ejército invasor no iba a poder contra tres simples cazadores?

Tuk no tuvo más remedio que ir. “No soy un héroe, soy un actor. Tengo miedo. Los cazadores me van a matar”, pensaba mientras iba al encuentro de los hombres.

Llegó al campamento al anochecer. Primero los cazadores le arrojaron piedras, pero luego él comenzó a hacer pruebas, como saltar hacia atrás dando una vuelta en el aire, y logró que lo aceptaran.

Cuando los cazadores se fueron a dormir, Tuk volcó el agua, escondió los víveres y enterró las armas. Su idea era escapar, pero antes salió el sol y uno de los hombres se despertó.

El cazador vio que habían desaparecido las armas y los víveres, y comprendió que sin eso no tendrían más remedio que regresar a la ciudad. Y el responsable era ese maldito perro. Tomó un enorme palo y comenzó a pegarle.

Tuk quedó tendido en el suelo. Cuando los cazadores se marcharon, todos los animales corrieron a asistirlo. Recién al cuarto día Tuk despertó, les agradeció los cuidados y les dijo que tenía que contarles algo que los iba a decepcionar: les dijo que él no era un héroe en serio, sino un actor. Les mostró cómo podía hacer de perro furioso, o fingir que estaba herido, o mostrarse feliz o triste.

—Y otra cosa... “Tuk” es un nombre artístico que inventó mi representante. Mi nombre verdadero es “Tuco”.

Hubo un largo silencio durante el cual Tuco pensó que sus amigos iban a reaccionar con enojo, pero fue al revés:

—Es un genio —comentó una boa constrictora—. Tuco es... increíble.

—Me encantaría ser como él —dijo un hipopótamo. ¡Quiero ser actor!

—Es... ¡divino! —dijo una lobita.


© Ricardo Mariño
© Editorial Puerto de Palos S.A.
Ricardo Mariño - Imagen cuento: Páginas 20, 21 y 22 © Editorial Puerto de Palos

lunes, 20 de julio de 2020

Ricardo Mariño

Cuento: El fantasma asustado


En aquel castillo abandonado, vivía una familia de fantasmas desde hacía seiscientos años: el padre, la madre, el hermano mayor y el fantasmita menor, llamado Sabañón, de solo 123 años. Sabañón era bastante miedoso y vivía asustado por las historias de humanos que le contaba su hermano.

La madre explicaba a Sabañón que un humano no puede atravesar paredes ni ver en la oscuridad. En vano trató de hacerle entender que, aunque fueran horribles, los humanos eran incapaces de hacerle daño a un fantasma. Pero igual el pequeño tenía pesadillas.

Así, el día en que apareció en el castillo una verdadera familia de humanos, Sabañón casi se muere del susto.

Los humanos se quedaron a vivir en el castillo y, para Sabañón, comenzó una etapa difícil: vivía aterrorizado, no salía del sótano y hasta empezó a tener problemas de aprendizaje en la escuela de fantasmas.

Hasta que al padre se le ocurrió una idea para alegrar a Sabañón: enseñarle a asustar a los humanos.

El juego empezó a divertir tanto a Sabañón que no pasaba un minuto sin aullar, abrir una puerta o hacer que su cara se reflejara en un espejo.
Durante la noche les retiraba las mantas de la cama, movía una silla o hacía tintinear las copas. Los humanos corrían asustados, y él se mataba de risa. Así les perdió el temor.

Pero claro, los humanos vivían tan atemorizados que comenzaron a decir entre ellos que se marcharían del castillo.

Un día, la mamá le explicó a Sabañón que así como él les había tenido miedo a los humanos, ahora ellos le tenían miedo a él y que los chicos humanos sufrían mucho por eso.

—Tenés razón, mami —le dijo Sabañón—, ¡pero a mí me gusta asustarlos!

—Solo tenés 123 años, querido, pero ya lo vas a entender —le dijo la mamá—. Te doy permiso para que los asustes una sola vez por mes, los días 13.

Desde entonces, el día favorito de Sabañón es el 13. Para ese día prepara sus mejores trucos y hasta invita amiguitos de su colegio de fantasmas. Y los humanos de ese castillo tienen 29 días de tranquilidad por mes y uno de terror.

 Ricardo Mariño
  Editorial Puerto de Palos S.A.
Ricardo Mariño - Imagen cuento: Páginas 12 y 13 © Editorial Puerto de Palos

sábado, 18 de julio de 2020

Cuento: " El ratón García "

Ricardo Mariño. Vení que leemos en 3º. Antología


Vení que leemos en 3º es una completa antología literaria que incluye actividades para trabajar la comprensión, la producción escrita, con distintos recursos para que los alumnos disfruten de la literatura.
Se presentan textos de autores prestigiosos y géneros diversos seleccionados por Ana Lucía Salgado.

PASOS DE AUTOR - VAMOS A CONOCER DISTINTAS OBRAS DE RICARDO MARIÑO Y ALGO MÁS.

Cuento: El ratón García
Cuento: El fantasma asustado
Cuento: Las aventuras de Tuco
Cuento: El peor nieto del mundo



Cuento: El ratón García


Aquella fue una temporada distinta, porque a los chicos se les cayeron más dientes que nunca. ¡Los ratones Pérez no daban abasto!

Una noche, por fin, los ratones decidieron que por primera vez emplearían a un ayudante ajeno a la familia. El elegido fue el primero que pasó: el joven ratón García.

Pero no hubo tiempo de enseñarle su tarea al ratón García. Solo le dieron una bolsita con monedas y las direcciones de los chicos a los que había que llevárselas.

Con el primer chico, el ratón García se equivocó de dirección. Buscó y buscó debajo de la almohada... nada. Nervioso, le abrió la boca para comprobar si le faltaba un diente. Para eso tuvo que pasar por sobre la nariz, ¡pero el chico se despertó y se puso a gritar! Llegó corriendo el padre, encendió la luz y atacó a zapatillazos al ratón García.

Con el segundo chico también le fue mal, porque debajo de la almohada encontró veinte dientes. Se quedó muy sorprendido, pero luego pensó que debía dejar allí todas sus monedas.

Cuando regresó al depósito de los ratones Pérez a buscar más monedas, el ratón tesorero se puso furioso:

—¡Ese chico pone dientes de plástico! —gritó—. ¡Siempre nos engaña!

En la tercera casa, García se metió en la habitación del abuelo y, al ver una dentadura postiza, exclamó:

—¡Se le salieron todos los dientes! —Le dejó todas las monedas y regresó.

El gerente Pérez lo expulsó sin contemplaciones. El ratón García se quedó muy triste. Salió a la calle y caminó hasta un caño que le pareció apropiado para meterse a dormir.

Pero en el caño había muchos ratones trabajando.

—¡Nefefitamos obreros! —le gritó uno, con la boca llena—. ¡Pagamos cien $Q por noche!

—¿Qué es $Q?

—¡Pesos queso!

—¿Y qué hay que hacer?

—¡Acafrrear queso!

El ratón García se unió entusiasmado a la fila de ratones obreros y empezó a trabajar. ¡Era el mejor empleo del mundo!

—¡Está buenífimo este trafafo! —dijo García entusiasmado, con un enorme queso en su boca.

© Ricardo Mariño
© Editorial Puerto de Palos S.A.
Ricardo Mariño -  Imagen cuento: Páginas 8 y 9 © Editorial Puerto de Palos S.A.

viernes, 17 de julio de 2020

El poema de Elsa Bornemann cobra vida en este video

«Bañar un elefante», de Elsa Bornemann

El poema de Elsa Bornemann cobra vida en este video de la mano de la voz, la música y la animación. Este recurso es parte de la colección «Crecer en poesía», una recopilación de poemas para Nivel Inicial y Primario, editada y distribuida por el Plan Nacional de Lectura.

 

 

 





 SEGUNDO Y TERCER GRADO



*Encierra la opción correcta en cada caso:
​La poesía describe...
* ​el baile de un elefante
* el baño de un elefante
* las actividades diarias de un elefante
Es recomendable bañar a un elefante…
* ​ por las noches antes de dormir para que tenga lindos sueños.
* en el último sueño de cada mañana.


  ​ PRIMER GRADO
 

¿De qué habla la poesía?
 
 
Para bañar al elefante, se comienza por... 

 
* ¿Te animás a dibujar al elefante de la poesía?







Bañar un elefante 
 
Bañar a un elefante,
en una palangana
es algo que hay que hacer
cada mañana.
En el último sueño
antes de despertar,
al noble paquidermo
-paciente- hay que bañar.
Una pata primero,
siguen las otras tres,
la oreja y trompita,
les tocará después.
Como la cola es corta,
queda para el final.
¡Qué limpio y tan lustroso
que luce el animal!
Después de tal trabajo…
de tal complicación…
¡Casi a todo problema se
encuentra solución!
Bañar a un elefante,
en una palangana
es algo que hay que hacer
cada mañana. 
  
 Autora: Elsa Isabel Bornemann




Actividades:
 

● Escuchá la poesía todas las veces que quieras y detenete en aquellas palabras que
no conozcas. 

● Escuchá las estrofas donde se encuentre la palabra desconocida, e intentá
descubrir qué querrá decir dentro de la estrofa.
Te dejamos la primera para que comiences ¿Sabés qué es una palangana?

● Tratá de usar las palabras en una nueva oración. Escribí esa oración con ayuda de
un adulto.Si no, podés dictásela y que él la escriba por vos…¡Animate!

● Contá de qué se trata la poesía de acuerdo a lo que te acuerdes.