lunes, 7 de septiembre de 2020

LEYENDA GUARANÍ " CUANDO LA LUNA VINO A LA TIERRA " Autora: Liliana Cinetto

Leyenda guaraní


(Inspirada en la leyenda guaraní sobre el origen de la yerba mate)

Cuentan que Yací, la Luna, se aburría en el cielo. Y que a veces de puro aburrida conversaba con sus amigas, las estrellas, aunque lo que más la entretenía era escuchar las historias sobre la Tierra que le contaba Araí, la nube, cada vez que regresaba de uno de sus viajes.

—La Tierra es un lugar lleno de colores y sonidos —le decía Araí.

—¿De verdad? —se admiraba Yací, que solo conocía el silencio azul y blanco del firmamento.

—Sí —le explicaba Araí—. Y también lleno de aromas que perfuman las tardes.

—¿Qué son esas estrellas que se encienden y se apagan? —preguntaba Yací señalando la Tierra.

—Son los isondúes, los bichitos de luz —respondía Araí.

—¿Y aquel espejo enorme donde se refleja mi rostro? —quería saber Yací.

—Las aguas del río —contestaba Araí.

—¿Y aquella luz que se filtra a lo lejos?

—El fuego de una hoguera en la aldea de los humanos. Deben estar reunidos en torno a ella escuchando historias.

Yací suspiraba y se estiraba para poder espiar la Tierra maravillosa que le describía su amiga.
Pero estaba lejos… Desde allí no podía sentir el canto de los pájaros, ni el rumor de las aguas del río, ni el perfume de las flores, ni la voz de los humanos. Y además ella únicamente salía de noche, cuando las sombras inciertas del follaje y la espesa oscuridad solo creaban figuras difusas y los seres se aquietaban en la tranquilidad del sueño.

—Quiero ir a la Tierra —le dijo a Araí una noche.

—¿Cómo? —se sorprendió Araí—. Todos notarán tu ausencia en el cielo y se alarmarán con tu presencia en la Tierra.

—Iremos al amanecer —le explicó Yací—, cuando el Sol se asome en el horizonte, y regresaremos al atardecer. Para que nadie nos reconozca tomaremos forma humana.


Y así hicieron. Con los primeros rayos del sol, Yací se transformó en una hermosa joven rubia, y Araí, en una muchacha morena. Y descendieron juntas a la Tierra.

Yací quedó fascinada. La selva perfumada la envolvía con sus fragancias. Los sonidos de los animales le parecían la más maravillosa de las músicas. Tocaba la corteza rugosa de los árboles, acariciaba los pétalos sedosos de las flores, sumergía las manos en las aguas frescas de los ríos, saboreaba los frutos silvestres, se endulzaba con la miel de los panales… Y no podía dejar de admirar el corretear de los animales, el plumaje multicolor de las aves, el brillo fosforescente de los peces… Y así recorrieron la selva, deteniéndose aquí, acercándose allá, descubriendo sus secretos y sus rincones. Tan entretenidas iban las dos que no notaron al feroz yaguareté que, agazapado entre el follaje, las acechaba. Pero en el mismo instante en que la fiera se lanzó sobre ellas, un viejo indio disparó contra él una flecha que surcó el aire con un zumbido sordo y lo hirió en el costado. El yaguareté, enfurecido, se volvió hacia el anciano para atacarlo, pero este alcanzó a arrojar una nueva flecha que le atravesó el corazón. El viejo indio buscó, entonces, a las indefensas muchachas, pero estas habían desaparecido.
Es que, luego de la sorpresa inicial, Yací y Araí habían recobrado rápidamente su apariencia natural y observaban la escena desde lo alto.


Esa noche, mientras el anciano dormía, Yací y Araí se le aparecieron en sueños y revelaron su identidad. Y Yací dijo:

—Queremos agradecerte lo que has hecho por nosotras. Salvaste nuestras vidas arriesgando la tuya. Eres bueno y valiente y mereces un regalo digno de tu noble corazón. Haré nacer una nueva planta, a la que llamarás “caá”. Deberás tostar sus hojas antes de usarlas, pues de lo contrario serán venenosas. La caá será el símbolo de amistosa hermandad entre los hombres y estrechará la unión entre aquellos que bien se quieran. Tendrá la virtud de tonificar a los enfermos, reconfortar a los cansados y brindar compañía a las almas solitarias.

Cuando Yací terminó de hablar, su figura y la de Araí se desdibujaron, y el anciano despertó creyendo que todo había sido un hermoso sueño. Pero entonces comprobó con infinita alegría que todo era verdad al ver la nueva planta que se erguía ante él, balanceando su espeso follaje con la brisa. Había nacido la yerba mate.




Liliana Cinetto, La flor de oro y otras leyendas argentinas, Hora de Lectura, Cántaro infantil, 2009.

 

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