Querido don Lobo:
Cuántos años han pasado ¿no? Seguramente Ud. está entrecano y con algún diente postizo, igual que yo. Seguramente tendrá nietos. Yo tengo una que se llama Sidonia. Tuvimos varias discusiones de familia para que no la llamaran con un sobrenombre, Gordi, por ejemplo. Porque tenía unos rollitos que Ud. se hubiera almorzado con fruición.
Cuántos años han pasado ¿no? Seguramente Ud. está entrecano y con algún diente postizo, igual que yo. Seguramente tendrá nietos. Yo tengo una que se llama Sidonia. Tuvimos varias discusiones de familia para que no la llamaran con un sobrenombre, Gordi, por ejemplo. Porque tenía unos rollitos que Ud. se hubiera almorzado con fruición.
Hablé
con mi hija y mi yerno y les conté lo feo que fue para mí darme cuenta,
ya de grande, que mi nombre real se borró de un saque porque a mi
abuela se le ocurrió llamarme para siempre como a esa capucha roja hecha
por sus propias manos. Y lo peor es que yo no me daba cuenta. Y el
mundo entero la apoyó.
Ud. se preguntará por qué le escribo. Bueno, ya que no lo maté cuatro o cinco veces como por momentos tuve ganas, hoy quiero atar algunos hilos sueltos de nuestra historia.
Quiero contarle por ejemplo que yo fui al bosque porque mi mamá, con esa maldita costumbre que suelen tener muchos grandes, me mandaba de delegada frente a mi abuela en lugar de ir ella. ¿No le parece arbitrario que mamá (sin motivos conocidos) mande a nena chica a que atraviese bosque con lobo para llevar manteca y tortas a abuela enferma? No entiendo por qué, si Ud. estaba en el bosque y ella lo sabía y también sabía de su apetito, esa mamá mía no me acompañó o me enseñó a defenderme.
¿A Ud. le enseñaron algo sobre las chicas que iban al bosque? Seguro que le dijeron que yo solamente era ‘comida’ y que para ser un buen lobo había que comerse una chica.
Ud. se preguntará por qué le escribo. Bueno, ya que no lo maté cuatro o cinco veces como por momentos tuve ganas, hoy quiero atar algunos hilos sueltos de nuestra historia.
Quiero contarle por ejemplo que yo fui al bosque porque mi mamá, con esa maldita costumbre que suelen tener muchos grandes, me mandaba de delegada frente a mi abuela en lugar de ir ella. ¿No le parece arbitrario que mamá (sin motivos conocidos) mande a nena chica a que atraviese bosque con lobo para llevar manteca y tortas a abuela enferma? No entiendo por qué, si Ud. estaba en el bosque y ella lo sabía y también sabía de su apetito, esa mamá mía no me acompañó o me enseñó a defenderme.
¿A Ud. le enseñaron algo sobre las chicas que iban al bosque? Seguro que le dijeron que yo solamente era ‘comida’ y que para ser un buen lobo había que comerse una chica.
Bueno,
ahí andaba yo, sola. Pero el bosque estaba lleno de otras cosas. Además
de las flores con las que mi mamá me dijo que no me entretuviera, había
pájaros, escarabajos que hacían divertidas pelotas, cañas para hacer
flautas, olores misteriosos. Me llené de preguntas. ¿Por qué las palomas
hacían nidos tan pero tan chatos que los huevitos se les caían? ¿Por
qué el pino y su fruto, la piña, tenían la misma forma puntiaguda? Si se
lo preguntaba a mamá o a mi abuela me contestaban: ‘Porque sí’ o
‘Porque Dios lo quiso’, o que una chica debe estar ocupada y no andar
preguntando pavadas. Alguna vez el leñador me enseñó a orientarme en el
bosque mirando de qué lado crecía el musgo en los árboles. Pero no lo
terminé de entender, y lo veía tan poco…
Yo sentía que tanto mi mamá como mi abuela siempre tenían razón. Y esa mala costumbre de que no se me escaparan pensamientos me ponía bastante mal. Cuando me encontré con Ud. sólo recordé la advertencia de mamá: ‘Cuidado con el lobo’. Pero –me dije atolondrada- ¿cuidado de qué?
Encima me había entretenido con las flores, dos pecados juntos, pensar si la vieja no estaría equivocada y tirarme una canita al aire. Para colmo Ud. era amable, poderoso y pícaro. Con una sola pregunta, con tres frases que me dijo, logró que yo le ubicara la casa de mi abuela que fuéramos los dos para allá, y encima, Ud. por el camino más corto y yo por el más largo. La muy mamerta sólo hizo lo que sabía: obedecer.
Yo sentía que tanto mi mamá como mi abuela siempre tenían razón. Y esa mala costumbre de que no se me escaparan pensamientos me ponía bastante mal. Cuando me encontré con Ud. sólo recordé la advertencia de mamá: ‘Cuidado con el lobo’. Pero –me dije atolondrada- ¿cuidado de qué?
Encima me había entretenido con las flores, dos pecados juntos, pensar si la vieja no estaría equivocada y tirarme una canita al aire. Para colmo Ud. era amable, poderoso y pícaro. Con una sola pregunta, con tres frases que me dijo, logró que yo le ubicara la casa de mi abuela que fuéramos los dos para allá, y encima, Ud. por el camino más corto y yo por el más largo. La muy mamerta sólo hizo lo que sabía: obedecer.
Después,
cuando entré a la casa y mi abuela salió con esa idea de que me sacara
la ropa y me acostara con ella, me sentí para el diablo, pero a los
mayores no se los contradice y menos si están enfermos.
A partir de ahí poco y nada recuerdo. Sólo el miedo y la oscuridad.
A partir de ahí poco y nada recuerdo. Sólo el miedo y la oscuridad.
Dicen
que Ud. me comió entera. Gracias, eso ayudó a que saliera bien parada.
El leñador se portó, hizo lo suyo ese muchacho. La que salió muy enojada
fue mi abuela que repetía todo el tiempo: ‘Yo le dije a tu madre, yo le
dije a tu madre.’
En fin, don Lobo, pasó mucho tiempo. Pero cuando yo salí de su panza y pude sacudirme un poco el susto, me dije: ‘A éstas ya no les hago más caso.’ No sé si Ud. seguirá tan bestia como antes o cambió un poco después de semejante experiencia. Lo que sí sé es que sigue vivito y coleando y tiene hijos y nietos como yo. Y que algo podría haber pensado sobre estas cosas.
Mi mamá y mi abuela siguen diciendo que verdades eran las de antes y que las mujeres no tenemos que pensar pavadas porque ésa es la voluntad de Dios y si no, nos come el lobo. También es cierto que mi mamá a veces me mira con curiosidad y una chispa verde parecida a la envidia.
La historia, para mí, siguió para adelante con mi hija, con la nieta. Cada tanto la pequeña Sidonia tiene que cruzar el bosque. Eso es inevitable, ni siquiera es noticia. Siempre se encuentra con todo lo probable de encontrar en un bosque. Pero ella sabe algo sobre esas cosas. ¡Con los tiempos que estamos viviendo!
La última vez se encontró con un lobito bastante piola y se hicieron tan pero tan amigos que no dan para personajes de cuentos como el que vivimos nosotros. Me alegro. Aunque parezca mentira, algo cambió en este mundo y por lo menos esta nieta mía necesita un cuento diferente.
Desde todos estos años que me sirvieron para mirarme mejor, lo saluda atte.
En fin, don Lobo, pasó mucho tiempo. Pero cuando yo salí de su panza y pude sacudirme un poco el susto, me dije: ‘A éstas ya no les hago más caso.’ No sé si Ud. seguirá tan bestia como antes o cambió un poco después de semejante experiencia. Lo que sí sé es que sigue vivito y coleando y tiene hijos y nietos como yo. Y que algo podría haber pensado sobre estas cosas.
Mi mamá y mi abuela siguen diciendo que verdades eran las de antes y que las mujeres no tenemos que pensar pavadas porque ésa es la voluntad de Dios y si no, nos come el lobo. También es cierto que mi mamá a veces me mira con curiosidad y una chispa verde parecida a la envidia.
La historia, para mí, siguió para adelante con mi hija, con la nieta. Cada tanto la pequeña Sidonia tiene que cruzar el bosque. Eso es inevitable, ni siquiera es noticia. Siempre se encuentra con todo lo probable de encontrar en un bosque. Pero ella sabe algo sobre esas cosas. ¡Con los tiempos que estamos viviendo!
La última vez se encontró con un lobito bastante piola y se hicieron tan pero tan amigos que no dan para personajes de cuentos como el que vivimos nosotros. Me alegro. Aunque parezca mentira, algo cambió en este mundo y por lo menos esta nieta mía necesita un cuento diferente.
Desde todos estos años que me sirvieron para mirarme mejor, lo saluda atte.
Caperucita Roja
Mayo 1989
Mayo 1989
Texto publicado en “Oficio de palabrera. Literatura para chicos y vida cotidiana”,
Edic. Colihue, Bs. As. 1991. Reeditado en 2012 por Edit. Comunic-Arte.
Edic. Colihue, Bs. As. 1991. Reeditado en 2012 por Edit. Comunic-Arte.
Sinopsis: Este libro es el resumen de un oficio: el de palabrera. Dividido en tres partes, pasa por Dudas y certezas; por los años ´70 en Córdoba, año verde; y por lo más elemental e invisible del oficio en Escritura y vida cotidiana. La mirada de docente, escritora, lectora y mujer de trabajo nos acerca con idas y vueltas a un eje central: la comunicación con los chicos, la comunicación reflexiva con uno mismo.Autora: Laura DevetachAutora: Laura Devetach
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