Poesías infantiles
Rompecabezas de Dragón
Un dragón ama los rompecabezas. Inventa los más difíciles y después trata de armarlos. Durante muchísimo tiempo va poniendo cuidadosamente las piezas en su lugar. Pero nunca lo consigue.
Armar un rompecabezas significa terminar con el encanto del juego. Entonces lo mejor es equivocarse, poner una pieza donde no corresponde y seguir jugando, seguro de no ganar.
Por eso un dragón está siempre contento cuando trata de armar un rompecabezas.
Un dragón ama los rompecabezas. Inventa los más difíciles y después trata de armarlos. Durante muchísimo tiempo va poniendo cuidadosamente las piezas en su lugar. Pero nunca lo consigue.
Armar un rompecabezas significa terminar con el encanto del juego. Entonces lo mejor es equivocarse, poner una pieza donde no corresponde y seguir jugando, seguro de no ganar.
Por eso un dragón está siempre contento cuando trata de armar un rompecabezas.
(Texto del libro Dragón, de Gustavo Roldán, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997)
Ilustración: ©Kara-Anne Fraser
Cosas de Dragones
Los dragones aman las cosas inútiles. Sienten una especial ternura por todo lo que no sirve para nada. Y una secreta admiración. Si las cosas inútiles están ahí, algún mérito deben tener.
Como las hojas secas. En especial las hojas secas que tienen un agujero para mirar y descubrir lo que antes no se había visto.
No es que las cosas no estuvieran, pero miradas a través del agujero de una hoja seca son otras cosas. Por eso los dragones esperan el otoño con entusiasmo. Saben que va a ser una época de descubrimientos.
También los entusiasma encontrar una piedra redonda, una piedra pulida de esas que aparecen a la orilla del río y que vaya a saber qué tiempo llevan rodando para encontrar la forma perfecta.
Los dragones las tocan suavemente, como si fuesen el frágil huevo de un pájaro, las acarician, y piensan. Tratan de imaginar el recorrido de esa piedra, desde su primer día en el tiempo y la distancia, hasta llegar en ese momento a la orilla del río para que un dragón la encuentre, la alce, y la acaricie con ternura.
Pero lo que más los entusiasma es encontrar una pluma perdida. Una pluma de colores. Entonces imaginan en qué nubes volaría el pájaro que la perdió, qué vientos la habrían llevado de un lado para el otro. Qué lluvias la habrían mojado y qué soles le habrían prestado su calor. Y se preocupan pensando que algún pájaro estará buscándola. Entonces sienten una enorme ternura por la pluma perdida, y algunos sostienen que le vieron correr una lágrima a un dragón. Por eso los dragones, cada vez que encuentran una pluma, se la muestran a todos los pájaros que pasan.
Voces para un dragón
El dragón disfruta con el sonido de las palabras. Muchas veces sólo conversa para escuchar cómo suenan, sin importarle lo que significan.
Entonces pregunta cosas que ya sabe sólo para iniciar una conversación y que alguien hable. Pregunta al león, al jaguar, a los pájaros. Cada uno tiene su propia voz, y al dragón le gusta oír la voz del pájaro, la voz del león y la voz del jaguar.
Cuando quiere escuchar voces plantea conversaciones de ésas repetidas donde ya se conoce lo que va a decir el otro.
El dragón sabe que el jaguar odia la lluvia. Lo sabe porque hablaron mil veces del tema. Entonces le dice al jaguar:
—Creo que está por llover.
Con eso alcanza.
—Maldita suerte. Suerte de zorro sarnoso, de gato empiojado, de buitre con hambre, de alacrán sin veneno, de carancho con las plumas sucias, de tijereta con la cola cortada, de víbora con el colmillo roto...
Y el jaguar sigue largo rato hablando y protestando, mientras el dragón lo mira. Lo único que hace es mirarlo. Y mientras el dragón lo mira, el jaguar cree que comparte con entusiasmo sus argumentos en contra de la lluvia. Y sigue hablando sin cansarse.
Pero no. El dragón ya conoce de memoria todo lo que dice el jaguar cada vez que llueve. Sólo escucha el sonido de las palabras, esa música perfecta que la ronca voz del jaguar modula pausadamente.
Y en el sonido hay odios y resentimientos. Hay dolor y tristeza. Hay una forma de entender y de no entender todo lo que pasa.
El dragón queda feliz. Escuchó cómo suena la música del odio, cómo suena un desacuerdo con las cosas de la tierra, cómo suena una tristeza por lo que no se puede remediar.
Para compensar, para llenarse de otra música, va y se pone a conversar con un pájaro.
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Gustavo Roldán. ilustrado por Luis Scafati. (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997)
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Gustavo Roldán. ilustrado por Luis Scafati. (Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1997)
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