viernes, 29 de mayo de 2020

MAMARRACHOS POR CARTA Autor: Ricardo Mariño


Durante años nadie había tenido problemas con las cartas que traía el viejo cartero don Franqueo Hapagar. “¡Postal de su prima, doña Cota! ¡Carta de la señorita de París, don Julio!” gritaba don Franqueo desde la puerta, desgañitándose. Los vecinos tomaban la correspondencia, agradecían y eran felices.
Por eso resultaba tan extraño lo que estaba ocurriendo ahora. La gente enviaba cartas bien escritas pero el destinatario recibía mamarrachos. Por ejemplo, ésta que recibió doña Paloma, la gallega:


Querida Paloma:
Escribo estas líneas para hacerte saber que me siento muy pero muy bien. En sillas, sillones y hasta en el piso. La que está más rezongona que nunca es nuestra perrita Evelia: protesta cada vez que la mandamos a Júpiter a comprar las papas. En cambio estamos muy contentos con la heladera: el vestido que le mandaste le queda una pinturita. Un queso,

la prima Vera

O esta otra que recibió Erasmo Balanza, el de la despensa:

Mi estimado señor:
Ruégole tenga a bien enviarme diecisiete litros de leche fresquita y cincuenta docenas de ratones gordos. Sin más, saluda a Ud. muy atte.

la gata de don Julio

Y el colmo fue el poema que recibió doña Rosita, la soltera:

Cada tardecita
miro tan pancho
tu rostro, bella Rosita,
de chancho.


—¡Zapallos y lentejas! Esto no puede seguir así –bramaba el verdulero–.

—¡Haga algo, don Franqueo! Estas cartas son una herida absurda –se quejaba Rosita–.

Don Franqueo no sabía qué hacer. ¿Hasta cuándo sucederían estas cosas? ¿Lo expulsarían del correo por entregar a la gente cartas mamarrachos? Preocupadísimo pensó y pensó. Hasta que decidió consultar a un detective.

FRASS KITO
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Don Franqueo golpeó dos veces la puerta. Desde adentro una voz inconfundible de detective dijo "pase". Don Franqueo meditó y resolvió que en este caso lo más inteligente era pasar.

—Yo vengo... —trató de decir, nervioso.

—Usted viene por el problema de las cartas. Se llama Hapagar, Franqueo, tiene 61 años y dos meses y es el cartero del barrio. Pero usted es inocente —dijo astutamente Frass Kito.

Don Franqueo lo miró maravillado. El detective siguió hablando:

—El pillo está oculto en el lugar más insospechado —y señalando a don Franqueo con el dedo, le ordenó:— VAYA A COMPRAR CUATRO SOBRES DE CARTA Y TRES BANANAS Y ESPEREME JUNTO AL BUZON DE LA ESQUINA...

—Sí, sí.

—No atienda el teléfono, no hable con desconocidos, no levante caramelos de la vereda. Ahora, vaya.

El plan del detective no estaba lo que se dice muy claro pero igual don Franqueo obedeció. A los diez minutos estaba junto al buzón sospechoso con las tres bananas y los cuatro sobres.

Al ratito llegó Frass Kito. Tenía las manos en los bolsillos de su impermeable blanco, las llaves maestras colgando del cinturón, la pipa humeante. En fin, todo lo que mandan por correo en el curso de detective.

—¿Trajo lo que le pedí, no? —preguntó—. Ahora, con cuidado, introduzca en el buzón una carta y una banana...

—¡Vamos hombre! No sea miedoso.

Don Franqueo obedeció, temblando. Tiró suavemente la carta y a continuación, la banana. El barrio, de todas maneras, mantenía su aspecto habitual: doña Paloma barría y el verdulero acomodaba las manzanas feas debajo de las lindas.

A los cinco minutos Frass le dijo a don Franqueo que metiera en el buzón la segunda carta y la segunda banana.
Todo seguía normal.

—Ahora la tercera banana y el tercer sobre. Cinco minutos más tarde Frass Kito dijo:

—Y ahora viene lo difícil. Introduzca el último sobre —lo miró a los ojos y agregó:— Sin banana.

Transcurrieron unos segundos. Después hubo un ruido en el buzón y se escuchó una voz gangosa:

"¿Y la banana? Falta la banana".

Con presteza Frass Kitoabrió las puertas del buzón con sus llaves maestras, al tiempo que repetía:

—¡Ya te tengo, ya te tengo!

Rato después, con todo el barrio alrededor del buzón sospechoso (ese nombre le iba a quedar para siempre), el detective aclaró todo, como en las películas.

—Se trata de Kiko, el mono que escribe. Hace un año se escapó del Circo Fantástico de Minessota. Desde entonces se lo anda buscando.
Después agarró al mono de la mano y le dijo:

—Vamos Kiko, la función debe continuar.



FIN


En El sapo más lindo.
Texto: Ricardo Mariño
Ilustraciones: Alicia Charré
Editorial Alfaguara


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