de Gustavo Roldan
Las aguas del Bermejo
corrían alborotadas después de la lluvia, de las hojas colgaban
infinitos espejos de luz brillando bajo el sol y el monte florecía de
colores y bailaba con el canto de los pájaros.
—¡Qué lo tiró! —dijo el piojo—. ¡Esto es tan lindo que me da un no sé qué!, —y depuro nervioso lo picó tres veces al ñandú.
—¡Eh, don piojo, no se entusiasme tanto! —gritó el ñandú sacudiendo la cabeza.
—¡No se achique compañero! —dijo el piojo saltando de contento. Este es un día para no desperdiciar. ¿No ve que anda contenta hasta doña vizcacha?
—¿Doña vizcacha contenta? ¡No lo puedo creer!
No hay más que mirarle la cara.
—¿No estará enferma? —dijo preocupado el quirquincho—. A ver si tiene algo grave.
—¿Grave? —dijo el sapo—. Grave fue lo que le pasó al abuelo del oso hormiguero cuando era mozo. Y me acuerdo porque estos días tan lindos a veces son peligrosos.
—¿Qué le pasó, don sapo?
—La culpa fue de un día como éste. Todos contentos, y al oso hormiguero se le dio por enamorarse. Ahí andaba la parejita jurándose amor eterno y todas esas cosas que se dicen en esos momentos.
—Bueno, —dijo la paloma—, andar enamorado no es nada malo…
—Hasta ahí estamos de acuerdo, y no va a ser este sapo el que hable mal del amor, pero aquí la historia es diferente. Resulta que se enamoró de la hormiga, y ustedes saben que el oso hormiguero no tiene ese nombre porque sí nomás. Y desde ese día no pudo comer hormigas, que es lo que come un buen oso hormiguero.
—¿Y qué hizo?, porque eso es bastante grave.
—Probó vainas de algarrobo, frutitas de tala y mistol, un poco de puiquillín y chañar. Pero nada. Iba enflaqueciendo que era una tristeza. Al final estaba puro cuero y huesos. Con decirle que lo quisieron contratar de la universidad para estudiar el esqueleto. Le ofrecían un buen sueldo y todo.
—¿Y no aceptó?
—¡Qué iba a aceptar! ¡Si lo único que quería era estar con su hormiguita! ¡Mire que yo conozco historias de amores grandes, pero como ésta, ninguna!
—Me tiene sobre ascuas, don sapo —dijo la pulga emocionada—. ¡Me enloquecen las historias de amor!
—¡A mí también —dijo la paloma—, siga, siga, don sapo, que estoy muerta de curiosidad! ¿Las cosas andaban bien entre ellos?
—Y bueno, bien o mal, según como se mire. Porque al final el oso hormiguero ya no tenía fuerzas ni para decirle un “te quiero” a la hormiguita.
—¡Ay! ¡Ya me imagino! —dijo la paloma—, ¡seguro que se cruzó una desgracia!
—Y… sí, o no… Según como se mire…
—Don sapo, usted no está hablando muy claro —dijo el piojo—. ¿Se cruzó o no se cruzó una desgracia?
—Y, sí o no… Según como se mire. En realidad, lo que se cruzó fue un hormigo. Un hormigo simpático, buen mozo, que también se enamoró de la hormiguita.
—¡No me diga que la hormiguita se fue con el hormigo! —dijo la paloma.
—Si no quiere no se lo digo. Pero eso fue lo que le pasó. Ni más ni menos.
—¡Ay, qué triste historia! —dijo la pulga.
—Y, sí o no —dijo el sapo—, según como se mire. El oso hormiguero primero se puso muy triste, después más triste todavía, pero al final justo apareció por ahí una osa hormiguera que lo cuidó, se preocupó por hacerlo sentir bien…y ya se imaginarán cómo terminó el cuento.
—¡Ay, qué suerte! —dijo la pulga—. ¡Me vuelve el alma al cuerpo! ¡Este final sí que me pone contenta!
—A mí también —dijo el piojo— y saltando de alegría lo picó tres veces al ñandú.
Mientras los bichos volvían a corretear de un lado para el otro, aprovechando el día tan especial, el sapo se zambulló en el río.
Algunos juran que lo oyeron decir: “Já, si sabrá este sapo de historias de amor”.
Eso dicen algunos, pero otros aseguran que dijo “Me parece que yo también voy aprovechar este día tan especial”, mientras nadaba hacia una sapita que estaba arriba de un tronco.
En el monte, el piojo, el sapo, el coatí, la paloma y todos los bichos se juntan a jugar y a contar historias. Descubren cómo se crearon los mares, las montañas y los arcoíris, encuentran el amor que navega por el río Bermejo y recuperan el monte del tigre, para vivir en paz. La risa y la fantasía se unen en este maravilloso libro de Gustavo Roldán, donde todos los lectores se divierten.
—¡Qué lo tiró! —dijo el piojo—. ¡Esto es tan lindo que me da un no sé qué!, —y depuro nervioso lo picó tres veces al ñandú.
—¡Eh, don piojo, no se entusiasme tanto! —gritó el ñandú sacudiendo la cabeza.
—¡No se achique compañero! —dijo el piojo saltando de contento. Este es un día para no desperdiciar. ¿No ve que anda contenta hasta doña vizcacha?
—¿Doña vizcacha contenta? ¡No lo puedo creer!
No hay más que mirarle la cara.
—¿No estará enferma? —dijo preocupado el quirquincho—. A ver si tiene algo grave.
—¿Grave? —dijo el sapo—. Grave fue lo que le pasó al abuelo del oso hormiguero cuando era mozo. Y me acuerdo porque estos días tan lindos a veces son peligrosos.
—¿Qué le pasó, don sapo?
—La culpa fue de un día como éste. Todos contentos, y al oso hormiguero se le dio por enamorarse. Ahí andaba la parejita jurándose amor eterno y todas esas cosas que se dicen en esos momentos.
—Bueno, —dijo la paloma—, andar enamorado no es nada malo…
—Hasta ahí estamos de acuerdo, y no va a ser este sapo el que hable mal del amor, pero aquí la historia es diferente. Resulta que se enamoró de la hormiga, y ustedes saben que el oso hormiguero no tiene ese nombre porque sí nomás. Y desde ese día no pudo comer hormigas, que es lo que come un buen oso hormiguero.
—¿Y qué hizo?, porque eso es bastante grave.
—Probó vainas de algarrobo, frutitas de tala y mistol, un poco de puiquillín y chañar. Pero nada. Iba enflaqueciendo que era una tristeza. Al final estaba puro cuero y huesos. Con decirle que lo quisieron contratar de la universidad para estudiar el esqueleto. Le ofrecían un buen sueldo y todo.
—¿Y no aceptó?
—¡Qué iba a aceptar! ¡Si lo único que quería era estar con su hormiguita! ¡Mire que yo conozco historias de amores grandes, pero como ésta, ninguna!
—Me tiene sobre ascuas, don sapo —dijo la pulga emocionada—. ¡Me enloquecen las historias de amor!
—¡A mí también —dijo la paloma—, siga, siga, don sapo, que estoy muerta de curiosidad! ¿Las cosas andaban bien entre ellos?
—Y bueno, bien o mal, según como se mire. Porque al final el oso hormiguero ya no tenía fuerzas ni para decirle un “te quiero” a la hormiguita.
—¡Ay! ¡Ya me imagino! —dijo la paloma—, ¡seguro que se cruzó una desgracia!
—Y… sí, o no… Según como se mire…
—Don sapo, usted no está hablando muy claro —dijo el piojo—. ¿Se cruzó o no se cruzó una desgracia?
—Y, sí o no… Según como se mire. En realidad, lo que se cruzó fue un hormigo. Un hormigo simpático, buen mozo, que también se enamoró de la hormiguita.
—¡No me diga que la hormiguita se fue con el hormigo! —dijo la paloma.
—Si no quiere no se lo digo. Pero eso fue lo que le pasó. Ni más ni menos.
—¡Ay, qué triste historia! —dijo la pulga.
—Y, sí o no —dijo el sapo—, según como se mire. El oso hormiguero primero se puso muy triste, después más triste todavía, pero al final justo apareció por ahí una osa hormiguera que lo cuidó, se preocupó por hacerlo sentir bien…y ya se imaginarán cómo terminó el cuento.
—¡Ay, qué suerte! —dijo la pulga—. ¡Me vuelve el alma al cuerpo! ¡Este final sí que me pone contenta!
—A mí también —dijo el piojo— y saltando de alegría lo picó tres veces al ñandú.
Mientras los bichos volvían a corretear de un lado para el otro, aprovechando el día tan especial, el sapo se zambulló en el río.
Algunos juran que lo oyeron decir: “Já, si sabrá este sapo de historias de amor”.
Eso dicen algunos, pero otros aseguran que dijo “Me parece que yo también voy aprovechar este día tan especial”, mientras nadaba hacia una sapita que estaba arriba de un tronco.
FIN
En el monte, el piojo, el sapo, el coatí, la paloma y todos los bichos se juntan a jugar y a contar historias. Descubren cómo se crearon los mares, las montañas y los arcoíris, encuentran el amor que navega por el río Bermejo y recuperan el monte del tigre, para vivir en paz. La risa y la fantasía se unen en este maravilloso libro de Gustavo Roldán, donde todos los lectores se divierten.
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