Cuento: CANCIÓN DE AMOR, de Gustavo Roldán
Porque la noche es tan larga, el piojo cantaba bajito y sin apuro:
"Por el medio del Bermejo
viene navegando un piojo..."
—Epa epa —interrumpió el sapo—, así no, compañero. Ese poema tan famoso dice:
"Por el río Paraná
viene navegando un piojo".
—¿Usted cree que un piojo canoero se va a conformar sólo con el Paraná? Habrá sido otro día.
—Fíjese que no lo había pensado, pero debe ser cierto.
—Mire esa luna, don sapo. ¿No es la luna más linda del mundo?
—Seguro. En ningún lugar deben tener una luna como ésta.
—¿Y oye la música del viento? ¿Siente el perfume de las flores?
—Hermoso perfume, amigo piojo, de eso no hay duda, pero si tengo dudas de otra cosa.
—De qué, don sapo.
—De lo que le anda pasando a usted.
—¿A mí? ¡Qué me puede pasar a mí!
—Está sentado solito mirando el río; mira la luna, oye el canto del viento y siente el perfume de la flores...
—Sí, todo es cierto.
—Y además canta bajito...
—También es cierto.
—Entonces, don piojo, quiere decir que usted anda con el mal de amores, y mejor me cuenta, porque se va a atragantar de tanto mirar el río.
—Creo que me conviene contarle, porque me está agarrando una pena demasiado grande para mí solo.
—¿Muy grande?
—Como la pena de un yacaré.
—No perdamos tiempo. Cuente nomás.
—No es tan fácil, las palabras no me quieren salir, tal vez porque como usted, soy un bicho de boca chica.
—Amigo piojo, usted ya tiene experiencia en estas cosas, no ande como un jovencito que no sabe qué hacer.
—No crea, don sapo, nunca se sabe demasiado. Las cosas del amor siempre pasan por primera vez.
—Es cierto. Y vaya largando el rollo mientras mira esa luna que se pasea por el cielo.
—Qué linda luna, ¿no?
—Sí, pero no se aparte de la huella. Me decía que anda medio enamorado.
—Hasta el caracú. Con decirle que las flores perfuman más cuando ella las mira.
—¿Usted ya le dijo algo?
—¡Qué le voy a decir! La veo y se me seca la garganta.
—¿Tan grave viene la historia?
—Mire, yo me preparo unos piropos para dejarla temblando, pero cuando abro la boca quedo haciendo globitos como surubí que saca la cabeza del agua.
—¡Qué lo tiró! A ver, dígame cómo son esos piropos.
—Le digo uno:
"El pájaro canta al alba
yo canto al anochecer
me gustaría darle un beso
a la hora que quiera usted".
—¡Qué linda la copla! ¡Con eso la enamora hasta las orejas!
—Y tengo un montón. Pero la veo y se me enredan todos los versos... Creo que me voy a morir de tristeza.
—No, no se muera, amigo piojo.
—Sí, sí, creo que me muero ya mismo y...
Plaf, hizo el piojo y se cayó muerto ahí nomás. Bueno, muerto no, pero como muerto.
—No se muera, don piojo. No se muera —dijo el sapo—, que se me está ocurriendo una idea que ni le cuento.
El piojo abrió un ojo y dijo:
—¿Una idea para que no me muera de amor? Déle, déle, que ya estoy comenzando a vivir de nuevo.
—Cuénteme cómo es esa piojita -dijo el sapo.
—Como las flores del Jacarandá, como el color del atardecer junto al río, como el canto de la calandria después de la lluvia, como el olor de la lluvia en los días de verano.
—Pero algún defecto debe tener...
—Me parece que es medio caprichosa...
—¿Caprichosa?
—Sí, porque no me da bolilla. Yo le hago zancadillas, le tiro palitos, le tiro algunos cascotes, pero ella nada. Mira para otro lado y ni me saluda. No sé qué hacer, don sapo.
—¿Y qué más hace, amigo piojo?
—Cuando la veo cerca lo insulto al yacaré y lo desafió a pelear, para que vea lo valiente que soy.
—¿Y qué más hace?
—También le tiro bolitas de paraíso y le saco la lengua.
—¿Y qué más?
—Con el loro hacemos un concurso de malas palabras. ¡Si viera la cantidad que sabemos! ¡Somos unos campeones, don sapo! ¿Quiere que le diga algunas?
—No, y no me cuente más. Le tira cascotes, le saca la lengua, le tira bolitas de paraíso, le dice malas palabras, le hace zancadillas…
—Sí, don sapo, todo eso...
—Y ella da vuelta la cara y pasa de largo...
—Sí, don sapo. ¿No le parece que es medio caprichosa?
—Ya sé lo que hay que hacer.
—Cuente, que me estoy por morir otro poquito.
—No, no se muera; mire, cuando vuelva a pasar, no le tire ningún cascotazo ni diga malas palabras...
—¿Y entonces qué hago?
—Dígale uno de esos piropos que usted sabe...
—Es que no me salen. Y además el corazón me hace un ruido que a cada rato viene el yacaré a preguntar quién anda golpeando por ahí.
—Bueno, no diga nada. Pero tampoco le tire bolitas de paraíso ni le saque la lengua. Mírela nomás.
—¿Nada más que mirarla?
—Nada más. Y suavecito, como miraba a la luna hace un rato.
—¿Eso es todo, don sapo?
—Eso es todo. Mírela un día, dos días, tres días.
—¿Y qué más?
—Nada. Nada más. Después me cuenta.
El piojo se quedó pensando, el sapo se fue para cualquier lado, y la luna siguió alumbrando como si no le importaran las cosas que pasaban por ahí abajo. Después se escondió tras de los árboles. Las estrellas se fueron apagando despacito.
Las chicharras comenzaron a cantar: primero siete, después ochenta y cuatro, y setecientas cuarenta y dos, y ocho mil catorce y cuatrocientas tres mil, y el sol empezó a levantarse empujado por el canto de las chicharras.
Ésa fue una mañana llena de luces y de colores, aunque para el piojo las cosas andaban de color hormiga. Pero en lo peor del color hormiga se le apareció un arco iris. Ahí nomás, cerquita de una flor de mburucuyá, pasaba la piojita.
El piojo hizo fuerza y no le tiró ningún palito, no le sacó la lengua, no le hizo ninguna zancadilla. Sólo la miró suavecito, como a la luna llena.
Después la mañana se le hizo otra vez de color hormiga.
No fue un buen día para el piojo. Fue el día más largo y el día más triste. Discutió con el quirquincho, se enojó con la iguana, le gritó "bicho jetón" al yacaré, y cuando se cruzó con el yaguareté lo mordió en una pata desafiándolo a pelear. Pero hasta los días más tristes alguna vez se terminan, y éste también se terminó.
Y vino la noche.
Y después el sol volvió a salir, y aunque los pájaros cantaban a más no poder, para el piojo fue otro día color hormiga. Hasta que apareció una luz como un lucero.
La piojita iba pasando cerca de la flor del mburucuyá, y el piojo no le tiró ningún palito. Solamente la miró.
La piojita pasó. Después de alejarse un poco se paró a mirar un pastito, se rascó la cabeza, siguió de largo llevándose la alegría y el lucero.
—Añamembuí! —dijo el piojo—. Me voy a pelear con el puma.
Y se fue a buscar al puma, pero no lo pudo encontrar por ningún lado. Recorrió largos caminos en medio del monte, durante largas horas. No hubo caso. El piojo volvió al atardecer, cansado.
Y así pasó el segundo día más triste del mundo. Esa noche se durmió sin siquiera mirar la luna.
La otra mañana fue peor. Los pájaros cantaban y el río corría lleno de camalotes, pero para el piojo el día tenía color de hormiga negra, que es el peor de todos los colores que cualquier animal se puede imaginar.
Y entonces llegó un rayo, una centella, un relámpago que saltaba entre los pastos y pasaba muy pero muy cerca de donde estaba el piojo.
El piojo no dijo ninguna mala palabra.
No tiro ningún cascotazo. No hizo ninguna zancadilla. Solamente miró hacia esa luz que se acercaba.
—Hola piojo —dijo una voz que era como la voz de la estrella más alta.
—Ho... Hola —dijo el piojo, despacito.
—¿Viste qué flor más hermosa? —dijo la piojita mostrándole una flor de ceibo.
El piojo respiró hondo, dos veces, y dijo:
—Me gusta la flor del ceibo. Me gusta el Jacarandá. Me gustan los ojos suyos y me encantaría que vayamos a pasear en yacaré y en el lomo del yaguareté y en la cabeza del loro y en puma y en tatú carreta y en oso hormiguero y en tapir y en corzuela y en quirquincho y en víbora cascabel...
—¡Ay, la víbora cascabel me da miedo!
—¡Pero piojita, vas a estar al lado mío!
—¡Entonces sí que me animo! ¡Pero ese paseo nos llevaría toda la vida!
—¡Eso es lo que me gustaría!
Y ahí nomás saltaron al lomo del oso hormiguero, que fue el primer bicho que pasó.
Ya recorrieron mil animales, pero en el monte los bichos siempre son más y más, y mientras no se acaben, el piojo y la pioja piensan seguir paseando juntos. Cada vez más juntos.
FIN
Historias del piojo
Autores: Gustavo Roldán, Oscar Rojas, Ilustrador
Editorial: Norma
Fecha de publicación: 1998
Colección: Torre de Papel
Número de páginas: 62 p.
Al piojo le gusta pisar las hojas secas cuando llega el otoño, pelearse con el pluma —sólo si es necesario— y, fundamentalmente, le gusta enamorarse de la piojita más linda del monte chaqueño. Gustavo Roldán, uno de los mejores exponentes de la literatura infantil argentina, consigue en este volumen un conjunto de bellos cuentos que nos hablan, entre otras cosas, del amor, la amistad, la libertad y la solidaridad.
Autores: Gustavo Roldán, Oscar Rojas, Ilustrador
Editorial: Norma
Fecha de publicación: 1998
Colección: Torre de Papel
Número de páginas: 62 p.
Al piojo le gusta pisar las hojas secas cuando llega el otoño, pelearse con el pluma —sólo si es necesario— y, fundamentalmente, le gusta enamorarse de la piojita más linda del monte chaqueño. Gustavo Roldán, uno de los mejores exponentes de la literatura infantil argentina, consigue en este volumen un conjunto de bellos cuentos que nos hablan, entre otras cosas, del amor, la amistad, la libertad y la solidaridad.
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